¿Cuál es el problema de las mujeres con las matemáticas?

Otro mes de octubre, otra semana de Premios Nobel, otro grupo de ganadores compuesto exclusivamente de hombres blancos. Y como cada año, el sin sabor lleva a la pregunta ¿Por qué?

¿Qué hace que los hombres blancos lleven tanta delantera en el mundo de la ciencia? ¿Por qué no hay mujeres descubriendo planetas, inventando procedimientos médicos, probando teorías de Einstein (o planteando teorías como Einstein)?  ¿Cuál es la razón para que solo el 14% de los profesores de planta de física y astronomía en las universidades de Estados Unidos sean mujeres? ¿Por qué cada vez que alguien dice la palabra “doctor” veo un hombre blanco con canas en mi cabeza?

Todas esas preguntas ya han sido respondidas. Por James Damore, por ejemplo, un empleado de Google que en agosto del 2017 publicó un memorando quejándose de las políticas de paridad de su empresa porque ignoran lo que él considera una verdad absoluta: que las mujeres y los hombres somos biológica y fisiológicamente diferentes, y que esa diferencia hace que los hombres sean aptos para carreras en tecnología y otras ciencias duras, mientras que las mujeres no.

Fueron respondidas por Tim Hunt, ganador del premio nobel de medicina, quien aseguró en una conferencia que tener mujeres en un laboratorio es problemático para los hombres pues “se enamoran de ti, y cuando las criticas, lloran”.

Fueron respondidas también por Larry Summers, el ex presidente de la Universidad de Harvard y famoso economista, quien en su último discurso antes de renunciar a la dirección de Harvard habló sobre la falta de representación de mujeres en puestos de liderazgo en las áreas de ciencias duras de universidades y centros de investigación. La explicación que ofreció incluía diversos factores: la discriminación, las diferencias de socialización de los géneros, las diferencias en preferencia según el género y finalmente cuestiones intrínsecas de aptitud. En otras palabras, Summers asegura que un factor del problema es que las mujeres somos intrínsecamente menos capaces para la ciencia.

Y como estas respuestas hay mil más. Todas tienen algo en común. Primero, que la respuesta que brindan se basa en las supuestas diferencias de capacidad para la ciencia que tienen las mujeres por ser sexual y biológicamente mujeres (es decir por tener dos cromosomas X, una vagina, un útero y niveles altos de estrógeno y progesterona). En segundo lugar, que ignoran por completo lo que la ciencia tiene que decir sobre la socialización humana y la maleabilidad del cerebro.

Siempre me han causado dudas este tipo de respuestas binarias que explican que si hay menos mujeres ganando Premios Nobel es porque las mujeres son fundamentalmente menos capaces para un área entera del conocimiento humano. Principalmente porque estudié 14 años en un colegio femenino con un alto nivel académico en el que había estudiantes dotadas para la música, otras para las matemáticas, otras para la literatura y otras para la química y la física y así sucesivamente. No sucedía, como parece indicar James Damore, que mis compañeras y yo tuviéramos notas excelentes en lenguajes y teatro, y todas perdiéramos biología. Tampoco había sesiones de llanto en el laboratorio. Y como mi colegio tenía un programa de bachillerato inscrito al “Bachillerato Internacional” el grado de dificultad era el mismo que el de otros colegios para todas las materias.

Con esta gran duda en mente, y tras pasar otra semana de octubre viendo solo hombres blancos de países ricos recibir el reconocimiento como mejores científicos, decidí buscar qué respuestas ha dado la ciencia a las preguntas que plantee arriba. Y lo primero que descubrí es que las preguntas están mal planteadas.

Preguntar “¿qué hace que los hombres blancos lleven tanta delantera en el mundo de la ciencia?” es partir del presupuesto de que los hombres blancos llevan la delantera en el mundo de la ciencia. Y es muy fácil caer en esta presunción, porque parece lógica ante la evidencia que tenemos disponible. Los científicos que premian, que vemos explicar un concepto en la televisión, que vemos publicados en revistas son en su mayoría hombres. Pero la realidad es mucho más compleja. Hay al menos tres elementos en juego aquí: 1) la sobrerrepresentación de hombres en la facultades de ciencias duras, 2) el efecto Matilda, y 3) el periodo de socialización de las mujeres desde la infancia hasta la adultez, periodo de alta importancia para la maleabilidad del cerebro.

Por un lado es verdad que menos mujeres escogen estudiar “ciencias duras” en la universidad. En Estados Unidos, donde el fenómeno ha sido ampliamente estudiado, las mujeres conforman tan sólo el 17.9% del cuerpo estudiantil en las facultades de ingeniería computacional, el 19.3% en las facultades de ingeniería, el 39% en las facultades de física y el 43.1% en las facultades de matemáticas. Lo extraño es que los estudios hechos en el mismo país no han encontrado una diferencia marcada entre los resultados de hombres y mujeres en los exámenes estandarizados que los estudiantes toman en el último año de colegio. Es decir, las mujeres y los hombres tienen, en promedio, resultados similares en las ciencias duras durante el colegio, pero tan solo un año después las mujeres son completamente sub-representadas en estas mismas materias en la universidad.

Un estudio reciente de David Card y Abigail Payne realizado en Ontario, Canadá, propone una respuesta. En el estudio constataron exactamente lo mismo que los investigadores americanos ya han dicho antes: que entre niños y niñas no hay mucha diferencia en los resultados que obtienen en las ciencias duras durante el colegio. Lo que sí encontraron fue que los resultados presentan un grado de variación mucho más importante en otras materias. En asignaturas como literatura las mujeres tenían resultados mucho más altos que los hombres. Entonces a la hora de postularse a una universidad los hombres tienen opciones más limitadas para escoger una carrera que las mujeres. En otras palabras, lo que Card y Payne nos dicen es que es más una cuestión de que los hombres son sobrerrepresentados en las facultades de ciencias duras que de que las mujeres estén sub-representadas.

Y ¿qué hace que los hombres tengan resultados inferiores en literatura? Cualquier respuesta que implique una incapacidad intrínseca a la masculinidad nos debería parecer sospechosa. Aunque no tengo la respuesta, de algo estoy segura: las materias y las carreras están fuertemente marcadas por nuestra visión de género. Las ciencias sociales, la psicología, la literatura y las artes son todas socialmente vistas como carreras de mujeres y las ciencias duras, ingenierías y administración como carreras de hombres. Y en una sociedad tan patriarcal como la nuestra una mujer que adopta “actitudes de hombre” y triunfa en este campo puede llegar a ser celebrada. Pero un hombre que “feminice” sus actitudes y sobresalga en un campo de mujeres se va a enfrentar a la humillación. ¿Qué más degradante en nuestra sociedad que un hombre que se rebaja al nivel de una mujer? O ¿por qué creen que nosotras ya podemos usar pantalón pero el cielo se cae si un hombre quiere usar falda?

Pero además de que hay menos mujeres estudiando carreras en ciencias duras, inclusive aquellas que se gradúan con honores obtienen menos reconocimiento, premios, publicaciones y crédito por sus investigaciones. No es cierto que no haya mujeres galardonadas con el Nobel porque no hay mujeres para galardonar. Lo que sí es cierto es que, cuando el crédito es para un hombre y una mujer, muchas veces se le da solo al hombre y los descubrimientos de las mujeres son sistemáticamente menospreciados o reapropiados por hombres.

Este fenómeno fue llamado el efecto Matilda por Margaret W. Rossiter en 1993. El nombre responde al “efecto Mateo” descrito por Robert K. Meeton en 1968 para explicar por qué un científico de la época que aportó conocimientos fundamentales en la física se vio eclipsado por Einstein al punto no ser reconocido por nadie hoy en día. Meeton escogió el nombre Mateo en honor al versículo 13:12 de San Mateo que dice  “Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. En este texto inicial Meeton explica el fenómeno de la primera parte de la frase, cuando los científicos que ya han sido reconocidos se les acredita con reconocimientos de otros científicos. Casi tres décadas después Rossiter argumenta que la segunda parte de la frase de San Mateo es aplicable a las mujeres en la ciencia, a quienes no se les otorgan los reconocimientos necesarios por los trabajos que realizan, y aun cuando el trabajo es reconocido, se le atribuye a los hombres que la rodean y no a ella.  Si quieren ejemplos de este fenómeno, una búsqueda rápida en Google basta. Nombres como Lisa Meitner, Rosalind Franklin, Jocelyne Bell, e incontables otros han sido borrados de la historia de la ciencia porque su género y su raza las hizo invisibles ante sus colegas y el resto del mundo.

Es fácil pensar que el mundo que nos rodea corresponde a lo que el mundo debería ser. Pero esta correlación es muchas veces simplista y perezosa. Tan perezosa como el memorando de Damore que concluyó que si no veía mujeres alrededor suyo en Google es porque no deberían estar ahí. Decir que los hombres y las mujeres son “en promedio” algo es menos significativo de lo que parece, porque cuando se habla de individuos, las diferencias de intereses y capacidades corresponden a mucho más que simple biología. Como lo explica Lise Eliot, profesora de neurociencias de la Universidad Rosalind Franklin en Chicago, el cerebro humano, como la mayoría de otros órganos que compartimos, es primordialmente igual entre hombres y mujeres. Lo que Eliot resalta sobre todo es que es un órgano altamente maleable. En otras palabras, las mujeres nacemos con cerebros asexuales, y los moldeamos a lo largo de toda nuestra vida. No nacemos con cerebros que contienen preferencias predeterminadas por nuestro sexo. Una gran parte de estas preferencias las aprendemos. Entonces, si buscamos respuestas de por qué hay menos mujeres en la ciencia, el periodo de socialización de nuestro cerebro no puede ser ignorado.

Entonces, si no vemos más mujeres en la ciencia es porque algo estamos haciendo mal. Estamos socializando a las niñas a pensar que las ciencias duras son masculinas. Estamos socializando a los niños para pensar que lo femenino es inferior. Estamos socializando a todas las personas a pensar en hombres cuando piensan en ciencia. Estamos inculcando un sesgo implícito que ha hecho muy fácil para los hombres robarse los reconocimientos de las mujeres, y muy fácil para los paneles del Nobel borrar (aun sin hacerlo de forma consciente) a las mujeres que han colaborado con descubrimientos, y muy fácil a los historiadores y a las historiadoras invisibilizar el rol fundamental de las mujeres en la ciencia, y demasiado fácil para Hunt y Damore y Summers decir en público que si una persona tiene vagina, no pertenece al mundo de la ciencia y la tecnología.

Finalmente, el objetivo de este artículo, además de problematizar las visiones simplistas de porqué hay tan pocas mujeres reconocidas en el mundo de las ciencias duras, es hacerles una invitación. A nuestras lectoras mujeres a que se dejen de creer el mito de que las mujeres somos malas para las matemáticas. A nuestros lectores hombres a que se empiecen a cuestionar si la falta de mujeres en sus entornos corresponde a una realidad biológica o social. A nuestros lectores hombres que estudian ciencias duras a que piensen dos veces antes de cuestionar la capacidad de una colega solo por el hecho de ser mujer. Y a nuestres lectores trans, a que expresen plenamente su identidad en sus áreas de trabajo y conocimiento, para ir deconstruyendo ladrillo a ladrillo estos estereotipos de género que nos impiden tantas cosas.

Referencias

Card, David, and A. Abigail Payne. “High School Choices and the Gender Gap in STEM.” National Bureau of economic research, Sept. 2017, doi:10.3386/w23769. NBER Working Paper No. 23769

Dubner, Stephen J. “Why Larry Summers Is the Economist Everyone Hates to Love.” Freakonomics Radio , 27 Sept. 2017, freakonomics.com/podcast/larry-summers-economist-everyone-hates-love/.

James Damore. Google’s Ideological Echo Chamber: How bias clouds our thinking about diversity and inclusion. Google’s Ideological Echo Chamber: How bias clouds our thinking about diversity and inclusion, 2017. https://assets.documentcloud.org/documents/3914586/Googles-Ideological-Echo-Chamber.pdf

Merton, Robert K. “The Matthew Effect in Science.” SCIENCE, vol. 159, no. 3810, 5 Jan. 1968, pp. 56–63., http://www.garfield.library.upenn.edu/merton/matthew1.pdf.

National Science Foundation. “Higher Education in Science and Engineering.” 2016 Science and Engineering Indicators, National Science Foundation, 2016, pp. 1–102.

Rebecca Ratcliff. “Nobel scientist Tim Hunt: female scientists cause trouble for men in labs.” The Guardian, 10 June 2015, http://www.theguardian.com/uk-news/2015/jun/10/nobel-scientist-tim-hunt-female-scientists-cause-trouble-for-men-in-labs.

Rossiter, Margaret W. “The Matthew Matilda Effect in Science.” Social Studies of Science, vol. 23, no. 2, 1 May 1993, pp. 325–341., doi:10.1177/030631293023002004.

Vedantam, Shankar. “Nature, Nurture, And Our Evolving Debates About Gender.” Hidden Brain, NPR, 9 Oct. 2017, http://www.npr.org/podcasts/510308/hidden-brain.

Imagen: Primera viñeta “Wow, eres pésimo para las matemáticas”. Segunda viñeta “Wow, las mujeres son pésimas para las matemáticas”. Fuente: Munroe, Randall. “Its pi plus C, of course.” Xkcd.com, xkcd.com/385/.

 

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