Primero, quisiera aclarar que el título que he seleccionado para esta columna es engañoso. No me interesa venir a dar cátedra y tampoco tengo la autoridad para hacerlo. Además, yo también soy principiante, y lo que contaré aquí debe entenderse como un ejercicio de autoaprendizaje en el que investigo sobre un concepto que, además de complejo, se ha convertido en una expresión empleada para ridiculización, en este caso, del feminismo. Quizás un título más acertado hubiera sido, ‘¿Cuál es la joda con la heteronormatividad?’
Segundo, si peco de algo no por feminista pero sí por antropóloga, es del uso excesivo de palabras compuestas y de un lenguaje poco amigable para el no antropólogo. Este problema es el resultado de la notoria especialización de las disciplinas, en la que cada quien le habla a su nicho y se desentiende de los demás. Yo en esta columna vengo a hacer exactamente lo contrario: voy a empezar, o al menos, intentaré empezar, una conversación sobre la heteronormatividad con aquellos que se sienten ajenos al concepto, bien sea porque nunca habían escuchado esta palabra o porque no entienden cuál es la joda. Cabe agregar que también invito a todos aquellos no ajenos a unirse a esta conversación, bien sea para apoyarme o contradecirme.
Miremos hacia la década de los 80, que es cuando Adrienne Rich publica un artículo en el que sugiere que la heterosexualidad de las mujeres es el resultado de mecanismos sociales “compulsivos” y no de un condicionamiento biológico. La idealización del romance heterosexual y el matrimonio como la mejor (y a veces la única) opción para garantizar su seguridad económica son algunos ejemplos de estos mecanismos que históricamente llevaron a la mujer a percibir las relaciones heterosexuales como inevitables y, por lo tanto, normales.
A pesar de que Rich discute la “heterosexualidad compulsiva” únicamente de las mujeres, la importancia de este artículo (que entendí no cuando lo leí sino después de haber tomado un curso de introducción al feminismo) es que permitió consolidar una sociología de la heterosexualidad. En otras palabras, llevó a las ciencias sociales y a las feministas a explicar por qué la heterosexualidad era la norma—y a parar de explicar por qué la homosexualidad se alejaba de una norma cuya existencia se daba por sentado.
La heterosexualidad compulsiva afecta mucho más que nuestras conductas sexuales. A la mujer heterosexual no solo le gustan los hombres, sino que también debe comportarse femeninamente (afeitarse las piernas, vestirse de cierta forma, ser pasiva, comprensiva, dulce). Y esto implica que, en la medida en que la heterosexualidad sea la orientación sexual por default, habrá una serie de conductas default que limitarán las posibilidades de los hombres y las mujeres, solo por ser hombres y mujeres. Y es con esto en mente que, a finales de la década de los 90, Lauren Berland y Michael Warner sugieren que la sexualidad no es una experiencia íntima, pues esta está limitada a la heterosexualidad, que es en otras palabras una normalidad obligatoria. Y es también el estándar para comparar y marginalizar otras sexualidades.
La joda con la heteronormatividad es la siguiente (si solo se van a leer un párrafo espero que sea este): esta predica que ser heterosexual es normal, y que toda conducta u orientación sexual que se desvíe de esta norma debe ser rechazada, excluida o invisibilizada. Si no te comportas como mujer o hombre heterosexual estás renunciando a la oportunidad de ser normal y de gozar de los privilegios de serlo. Y si no te identificas como mujer o como hombre, aún peor, porque ni siquiera entras en el binario mujer-hombre y eso te hace inconcebible. Retomando a Berland y Warner, vivimos en un mundo tan heteronormativo que imaginarse una alternativa a este orden es casi imposible. La apuesta de estos autores es proponer la cultura queer como estilo de vida alternativo y viable.
Ahora bien, solo se me ocurre un argumento que podría llegar a legitimar la heteronormatividad (pero también se me ocurre cómo desmentirlo): podría decirse que la evidencia biológica es irrefutable, que basta con mirar a las demás especies para entender que lo natural es que el macho se reproduce con la hembra. No obstante, decir que le estamos haciendo caso a la biología para definir lo que es un comportamiento sexual normal no se vale. Porque un comportamiento sexual normal según la biología sería sexo con fines exclusivamente reproductivos, y yo creo que nuestra especie ya lleva bastante tiempo teniendo sexo por placer y no para reproducirnos. Si hacemos una excepción de la biología para tener sexo por placer, y teniendo en cuenta que los humanos podemos sentir atracción por personas del mismo sexo, ¿por qué no podemos hacer otra y dejamos que cada quien se meta con el que quiera?
Es pertinente pensar en algunos ejemplos de todo esto, pues la teoría sin la práctica puede ser difícil de digerir. Un ejemplo (desafortunadamente muy explícito y muy reciente) es la campaña que se llevó a cabo en Brasil hace dos semanas para impedir que la filósofa y feminista Judith Butler participara en un simposio en este país. Butler ha aportado enormemente a los estudios de género, y es reconocida por sugerir que el género es una serie de actos aprendidos y no una condición prexistente al individuo. Este argumento va de la mano con lo que vimos anteriormente en esta columna, si recordamos que la heterosexualidad como lo normal es algo que aprendemos y no algo con lo que nacemos.
El argumento de los creadores de esta campaña era que Brasil no podía permitir que una promotora de la “nefasta ideología de género” promoviera “sus ideas absurdas, que tienen por objetivo acelerar el proceso de corrupción y fragmentación de la sociedad.” Esto es un ejemplo de rechazo total de todo aquel que no predique la heteronormatividad, pues a los promotores de la campaña no les bastó con no asistir a las ponencias de Butler; estaban dispuestos a prohibir la participación de una intelectual de talla mundial en un simposio en su país antes que abrir una conversación sobre la heteronormatividad. Además, tengo entendido que Butler ni iba a tocar temas de género, entonces decir que la filósofa iba a imponer la ideología de género en un país de más de 200 millones de personas en tan solo 3 días sí es nefasto. En nombre de América Latina ofrezco mis disculpas a Butler, y aunque quisiera invitarla a Colombia debo admitir que se me ocurren un número de personas que no dudarían en unirse a esta nefasta causa. Además, me queda la duda de la conexión entre la “ideología de género” y la corrupción de la sociedad.
Ahora hablemos de un ejemplo positivo, teniendo en cuenta que uno de mis propósitos en este blog es mostrar que las feministas no (siempre) somos unas amargadas. Hablemos de Suecia, donde ya existe un preescolar cuyo fin es liberar a los niños y niñas de las expectativas sociales basadas en su sexo. “Cuando nacemos en esta sociedad, las personas tienen diferentes expectativas de nosotros dependiendo de si somos niño o niña,” señala la directora del preescolar. Los profesores emplean el lenguaje inclusivo, las niñas juegan con camiones y los niños con muñecas, y el mundo no se cae y tampoco arde en llamas (me cuentan que en Suecia hace demasiado frío igualmente), y los niños y niñas no limitan o esconden sus intereses por ser niños o niñas.
Quizás ustedes puedan pensar en más ejemplos de heteronormatividad. O también pueden pensar en cómo responderían esta columna, pues mi esperanza—más allá de empezar a inaugurar preescolares suecos y cogidos de las manos—es que existan espacios para la discusión de temas como este, y que de la misma forma en la que yo me siento libre de opinar, ustedes también lo sientan y hagan algo al respecto.