Ilustración de Luisa María Cardona https://www.antropologicafotografia.com
Tras el movimiento #metoo, mucha discusión se ha dado sobre la posibilidad de prevenir y castigar el acoso sexual a través de leyes y normas. Por ejemplo, el parlamento francés está discutiendo la posibilidad de multar hombres que griten proposiciones sexuales o persigan mujeres en la calle. Varias empresas han endurecido sus normas de acoso laboral, prohibiendo interacciones que antes parecían normales. Las reacciones a estas propuestas han sido feroces. Se ha dicho que se está atentando contra la naturaleza de los hombres, que queremos legislar el fin de la raza humana, que volveremos al puritanismo de la época victoriana. Pero el argumento más utilizado por quienes no quieren ver leyes contra el acoso y abuso es que es simplemente demasiado difícil de legislar, y es un tema cultural sobre el cual la legislación no tiene un claro mandato. En otras palabras, que no hay ningún lugar en la ley para la protección de mujeres contra el acoso.
Mucho puede decirse sobre la eficiencia, necesidad o legitimidad de intentar controlar el acoso y abuso sexual a través de leyes. Es un tema lleno de zonas grises. Pero debemos entender que la verdadera controversia no es que la ley prohíba el acoso sexual, sino que prohíba el acoso sexual de un hombre a una mujer.
Durante los años 20, la Unión Soviética atravesó una época de liberación sexual que permitió la despenalización de las relaciones sexuales entre hombre en casi todos los códigos penales de los territorios soviéticos, a excepción de aquellos en las regiones centro-asiáticas. ¿Por qué? Pues en estas regiones donde una gran parte de la población era musulmana las relaciones sexuales recreativas entre hombres eran usuales. En el seno de estas comunidades también era frecuente que los hombres más poderosos tuvieran a otros hombres y niños como cortesanos y esclavos sexuales (lo que se conoce como los niños bacha o bacha bazi). El gobierno bolchevique estimaba que esta homosexualidad no era el resultado de la diversidad en la sexulidad humana o de un componente biológico, sino un fenómeno cultural aprendido. En otras palabras, los gobernantes regionales de la época consideraban que estas prácticas homosexuales resultaba del desprecio y la reclusión de las mujeres en las comunidades islámicas. Pero el hecho de que los deseos sexuales fueran satisfechos usando otros hombres, el acto mismo de la sumisión de un hombre al otro, escandalizaba a los gobiernos soviético centro-asiáticos y en consecuencia sus códigos penales nunca descriminalizaron la sodomía.
Les cuento esta historia en parte porque me parece ilustrativa de la indignación que produce la idea de la sumisión sexual masculina. La posibilidad de que un hombre prestara servicios sexuales contra su voluntad justificó la prohibición de todas las relaciones homosexuales en una época de libertad sexual sin precedente en la Unión Soviética. Antes de explicar más, voy a contarles otra historia mucho más actual :
El 12 de febrero del 2008, el joven de 15 años Brandon McInerney le disparó en la cabeza a Latisha King, una compañera transgénero de 14 años. King murió dos días después en el hospital. Durante el juicio penal, los abogados del victimario argumentaron que el asesinato de Latisha fue legítima defensa, dado que McInerney llevaba varios meses siendo acosado sexualmente. Esta defensa legal se conoce como el “Gay Panic Defense” (defensa de pánico gay) y puede ser invocada en el procedimiento penal de países anglosajones para argumentar que un homicidio o agresión física a una persona homosexual se hizo en legítima defensa. La idea es que, ante un avance sexual de la parte de un hombre homosexual, el acusado tiene un episodio de “locura temporal”, porque una proposición homosexual es tan ofensiva y produce tanto pánico, que el uso de la fuerza para defenderse es legítimo.
Este tipo de defensa existe en Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia y Gran Bretaña y se ha usado para legitimar el asesinato de hombres homosexuales y de personas transgénero. Fue solo en la última década que esta defensa legal empezó a ser cuestionada como homofóbica. En Estados Unidos solo dos estados la han anulado.
¿Qué quiero mostrar con estas dos historias? Que nuestra sociedad patriarcal está llena de estándares dobles entre lo que es aceptable hacerle a una mujer y lo que es aceptable hacerle a un hombre. El tema del acoso y el abuso sexual es uno más de estos. Ya han existido y siguen existiendo leyes muy fuertes y estrictas sobre el acoso callejero y el abuso sexual. Leyes que autorizan a matar a la persona que está haciendo insinuaciones no deseadas. Leyes que prohíben rotundamente cualquier tipo de interacción que haga sentir a una parte incómoda y/o sexualmente acosada. Leyes que prohíben el uso de personas como mercancía sexual. Existen, se han aplicado, y nadie las protesta. Y nadie las protesta porque son leyes que protegen a los hombres de avances homosexuales por otros hombres, como las dos expuestas anteriormente. Lo único que hace que estas leyes sean ampliamente aplicadas pero que parezca tan difícil si quiera considerar leyes contra el acoso sexual contra la mujer es la población que buscan proteger. Para todos es obvio que es insoportable e inadmisible que se hagan avances sexuales indeseados hacia un hombre. Pero esta misma obviedad no aplica a las mujeres.
¿Esto significa que leyes como el Gay Panic Defense o la prohibición de la sodomía son adecuadas o deseables? Por supuesto que no. Son profundamente homofóbicas. Pretenden que una interacción homosexual es tan indeseable que se justifica quitar la vida de una persona. Mi objetivo en ningún momento es defender este tipo de leyes. Por lo contrario, es llamar la atención sobre la diferencia que hay en el trato del acoso cuando la víctima es un hombre. Es evidenciar la diferencia en la agencia que se reconoce a la mujer en comparación con el hombre. Es hacernos caer en cuenta que en nuestra conciencia colectiva el cuerpo femenino puede y debe ser apropiado por el hombre, pero el cuerpo masculino es sagrado. Nadie puede tocarlo (especialmente no otro hombre). Es tan grave transgredir la soberanía del cuerpo masculino, es tan grave cosificarlo, que la ley considera matar al transgresor como legítima defensa. Lo mismo no es verdad para nosotras. La mayoría de mujeres que lean este artículo han vivido un caso de acoso al menos una vez en la vida. Pero si pedimos medidas para que no vuelva a suceder somos unas exageradas, feminazis, puritanas, antihombres.
¿Se dan cuenta del estándar doble? ¿Se dan cuenta de lo diferente que es la autonomía del cuerpo de la mujer versus el cuerpo del hombre? ¿Se dan cuenta de lo que hemos tenido que sufrir para que los hombres reconozcan (reconozcan al menos, reconozcan apenas) que no queremos que comenten sobre nuestros cuerpos, que nos griten propuestas sexuales, que nos toquen, que nos abusen, que nos violen, que sus acosos verbales y físicos no son bienvenidos?
Nos falta tener muchas conversaciones todavía. Conversaciones sobre el coqueteo que es sano, y el coqueteo que no lo es. Conversaciones sobre cómo no todo el coqueteo de un hombre hacia una mujer es aceptable. Conversaciones sobre cómo no todo el coqueteo de un hombre hacia un hombre es inaceptable. Conversaciones sobre nuestros estereotipos sociales de quién tiene derecho de coquetear y quién no. Conversaciones sobre lo mucho que nos falta para que la agencia de la mujer sea igual de importante que la del hombre en las relaciones sociales y sexuales. Conversaciones sobre cómo algunos hombres sienten que las mujeres les DEBEN el placer sexual. Que es su prerrogativa coquetear y que la mujer responda. Pero sobre todo, nos falta tener una verdadera conversación sobre qué vamos a hacer para cambiar toda esta situación, y que ninguna generación futura de mujeres tenga que escribir #metoo.
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