Crecer en un colegio de solo niñas tiene sus ventajas. O bueno, las tuvo para mí. Nunca sentí discriminación por ser mujer y estuve muy lejos de la violencia de género. Sentí que podía ser la reina del mundo y no había nadie que me parara. Me iba relativamente bien, estaba en todas las actividades extracurriculares que me hacían feliz y normalmente me sentía escuchada cuando no estaba de acuerdo con algo. Tengo a las mejores amigas del mundo desde kínder, lo siguen siendo hoy en día y fui feliz.
Pero en mi colegio católico, costoso, de solo niñas y estricto tenían muy claro el tipo de mujeres que querían formar y cómo debían comportarse. Sí, constantemente nos recordaban que debíamos ser mujeres líderes, críticas e íntegras siembre buscando “paz y bien”, y puedo decir que en general mi colegio hizo un muy buen trabajo conmigo, pues consiguió que fuera líder, crítica y buena persona. Pero le faltó algo muy importante dentro de sus objetivos de enseñanza: la educación sexual fue algo que dejaron pasar y a lo que no le dieron mucha importancia.
Les pregunté a mis amigas del colegio si se acordaban de las charlas o de algún tipo de conversación que hubiera existido en el colegio alrededor de la educación sexual y reproductiva. Solo logramos recuperar tres momentos importantes. El primero fue una visita a un colegio masculino donde nos pusieron a hacer carteleras de las enfermedades de transmisión sexual que fueron lo más gráficas posibles (aún no sabemos si esto fue a propósito o si la oradora decidió mostrarlo así). Fue un encuentro donde casi ni sabíamos qué era tener una relación sexual, pero salimos entendiendo perfectamente el tipo de enfermedades que existían y su efecto directo en el cuerpo. Nos metieron miedo.
El segundo fue un par de charlas que tuvimos, dirigidas por representantes de Kotex, en las que nos enseñaron qué era la menstruación y cómo se utilizaban las toallas higiénicas. Nunca nos presentaron el tampón, ni ningún otro tipo de producto de higiene. Con liquiditos azules iban y venían videos de Kotex sobre los protectores diarios y las toallas, pero más que una charla instructiva y útil, fue una campaña publicitaria.

El tercer momento fue el del aborto. Nos metieron a más de 100 adolescentes en un auditorio y una mujer empezó a hablarnos del aborto. Empezaron a mostrarnos imágenes de bebés sonriendo, como en un comercial de pañales donde también hay mamás felices. Luego nos contaron que el aborto es asesinar a pequeños y que se practica cuando la mujer no era responsable. El mensaje era la abstención. Finalmente terminaron con fotos de fetos destrozados, y nosotras con esas imágenes incrustadas en la cabeza para siempre.
La educación sexual y reproductiva no existió en mi colegio y mucho menos la educación para la sexualidad. Existe una diferencia importante entre estos conceptos. La educación para la sexualidad es una educación integral que parte no solo de lo sexual y lo reproductivo, sino de la formación de una persona. La educación sexual, en cambio, enseña la prevención al riesgo, por ejemplo, el uso de anticonceptivos, enseñanza de enfermedades de transmisión sexual, etc. Y la educación reproductiva muestra el sistema reproductivo de los seres humanos y su funcionamiento.
En realidad, nunca hubo un profesor que nos hablara sobre nuestros propios cuerpos, más allá de la clase de biología clásica. Los docentes nunca hicieron parte de nuestra educación sexual y reproductiva. La tuvimos por parte de personas subcontratadas por el colegio y estuvo basada en el miedo y muy poco en conocer nuestro cuerpo, amarnos a nosotras mismas o enfocada en enseñarnos a tomar decisiones responsables y a conciencia. Se ocultó detrás de la mojigatería y de los ritos religiosos, pero aún peor nos escondieron gran parte de la información. Y me gustaría decir que esto es exclusivo en colegios como el mío, católicos y femeninos, pero no es así: me atrevería a decir que ocurre en la gran mayoría de colegios del país sin importar si son públicos, privados, clase alta, media o baja.
A mí me gustaría ver a los docentes hablando sobre educación para la sexualidad de una manera responsable e informada, a los colegios tomándolo como un tema fundamental y transversal dentro de su currículo, y al Estado creando políticas públicas exitosas y continuas dentro de su implementación. Hoy en Colombia la tasa de embarazo en la adolescencia es del 17,4%; el 12% de hombres y 6% de mujeres adolescentes tienen su primera relación sexual antes de los 14 años y el 29% de los casos de deserción escolar corresponden a casos de embarazo en la adolescencia. El 28% son mujeres y el 1% hombres.

A Colombia le ha quedado muy difícil desarrollar la legislación que hay frente a la educación para la sexualidad y aún se permiten en los colegios acciones como subcontratar educación sexual y reproductiva que no está basada en evidencia científica. En el 2016 se dio la “Marcha por la Familia” que llevó a que no se pudiera hacer una reforma a los manuales de convivencia para que no fueran discriminatorios y llevó a una ola de mentiras y tabúes frente a la educación sexual y reproductiva. En el país aún no se ha logrado tener un currículo básico y con ello se perdió la esperanza y quedamos a la espera de que algún día la educación para la sexualidad se dé transversalmente, es decir, construida para el currículo completo que se implementa en los colegios.
Dentro de los colegios el tabú es aún mayor. En algunos dicen tener programas de educación para la sexualidad. Pero no es más que propaganda para algunas marcas de higiene femenina y se dicta exclusivamente para las mujeres, como si los hombres no necesitaran de igual manera ser educados. En un estudio de caso que se realizó en Bogotá se encontró que los Programas Educativos Institucionales (PEI) tienen una ruta al menos mencionada frente a la educación sexual y reproductiva (no educación para la sexualidad que es el ideal), pero que los docentes no tienen clara cómo funciona esta ruta y mucho menos cómo debe implementarse o cuál es su rol dentro del aula. Los docentes no están preparados formalmente y consideran que estos temas deben tratarse más en familia que en el colegio.
¿Entonces de quién es la responsabilidad? Dado que los estudiantes pasan una parte importante de sus días en el colegio, éstos tienen una responsabilidad enorme. Esto no quiere decir que los padres no la tengan, ellos son responsables de empezar esa educación en el conocimiento del propio cuerpo y del amor propio. No obstante, el colegio es donde este tema se convierte en tabú y misterioso. ¿Y ante este panorama, qué pasa con los colegios religiosos? Pues que tienen la misma responsabilidad de dar la información completa, pero sobre todo de darle la oportunidad de recibir una educación que parta sobre el cuidado del cuerpo mismo y que no surja desde el tabú.
Yo crecí en un colegio de solo niñas, en un ambiente privilegiado y con mucho apoyo de mi familia. Y aún así me criaron con miedo hacia lo que pueda pasar en una relación sexual y no amorosa sobre nuestros propios cuerpos ni como llevar una relación responsable. Que las niñas deben cuidarse y tener cuidado sobre ciertas situaciones que deben evitar, la típica “mantengan las rodillas cerradas”, “las niñas de bien no pierden la virginidad hasta el matrimonio” y muchas otras. Nos llevan a tenerle miedo a lo desconocido y con tabú. Que el aborto es asesinato, pero pasan por alto que ante todo las decisiones sobre mi cuerpo son mías (a propósito no se pierdan la columna en SietePolas sobre el aborto). No nos invitan a vivir una sexualidad responsable libre y feliz. No nos enseñaron que el amor no solo es el tradicional y se les pasó contarnos que el amor es un lenguaje universal. El colegio sí tiene responsabilidad y ya viene siendo hora que actúe de manera responsable frente a esto.