¡No te metas a mi Facebook!: La violencia que esconde la invasión de la privacidad

Este año el “día del amor y la amistad” fue bastante agridulce para mi, no solo porque mi novio estuvo de viaje, sino porque me arrugó el corazón ver cómo muchas mujeres justificaron el abuso de Alejandro García hacia su novia, Eileen Moreno. Luego de que se publicaran audios de la horrible discusión que estaban teniendo esa noche, muchas mujeres afirmaron que Eileen lo había provocado por haberle dicho groserías y haberle rasguñado y por tanto se lo había buscado. Aunque reprocho vehementemente ese comportamiento, sigo creyendo que nada de eso ameritaba la brutal golpiza que recibió, ni la indiferencia del portero del edificio y de su manager, ni la ineptitud de los policías mexicanos que protegieron al agresor siempre y la mandaron sin más a tomar un taxi para ir a un hospital.

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Mi posición frente al caso creo que es obvia y esta columna no pretende discutir eso. Sin embargo, este caso me puso a pensar en qué tan cercana he estado yo de vivir algo similar, o lo cercanas que varias mujeres que me rodean han estado de ello. Me acordó también del sufrimiento que me ha causado ver cómo esas mujeres dejaron pasar varios abusos, unos peores que otros, por creer que de eso se trataba el amor o porque no consideraban que estaban siendo violentadas. El caso de Eileen, muy tristemente, es el presente de una gran cantidad de mujeres que son golpeadas por sus parejas. Pero también es el futuro de millones de otras que viven relaciones similares, que aunque no han recibido un puño, están llenas de abusos psicológicos que pasan de agache sin ser reconocidos como lo que son: violencia.

Lo más miedoso es que creo que el mundo que hoy vivimos, hiper interconectado a través de la tecnología y las redes sociales, nos hace más propensas a sufrir y propiciar violencia de pareja. ¿Alguna vez les han reclamado por poner cierto tipo de fotos en Instagram (en vestido de baño, por ejemplo)? ¿Han peleado con su pareja al darse cuenta a quién le pone “me gusta” en redes sociales? ¿Se han desvelado mirando historias en Snapchat o Instagram averiguando con quién salió de fiesta su pareja? ¿Han acabado relaciones por lo que encuentran cuando le revisan el celular a su media naranja? Las redes sociales y la mensajería instantánea han difuminado las fronteras de la intimidad y le facilitan el camino a cualquier persona para vigilar permanentemente cómo nos comportamos y cómo nos sentimos, como si todo ello no nos perteneciera únicamente a nosotros.

Dicho de otro modo, las redes sociales nos están arrebatando ese cada vez más pequeño tesoro llamado privacidad. Ese espacio en el que desnudamos nuestra esencia, en el que nos permitimos unos inofensivos placeres culposos y develamos nuestros más profundos deseos y fascinaciones, donde guardamos los recuerdos que marcan quiénes somos y donde reposan sentimientos del pasado y expectativas del futuro. La privacidad es el hogar del alma, es lo más nuestro que tenemos en la vida. Sin privacidad o intimidad no nos queda nada de nosotros. Es lo único que queda cuando terminamos una relación y es la piedra sobre la cual nos podemos mantener en pie ante una tusa bien macabra.

A través de las redes sociales nuestra vida permanece expuesta al mundo, tanto por decisión propia como por decisión de un tercero. Nuestros contactos de Whatsapp siempre pueden saber cuándo estamos disponibles y nuestros amigos de Instagram pueden saber quién nos gusta, porque le dimos “like”, o quien nos disgusta, “porque le dimos “unfollow”. Y como toda esta información está ahí, disponible, pareciera que esa información no nos pertenece  a nosotros, los dueños de esas sensaciones, sino que le pertenece al mundo. De allí entonces que cualquier pareja se sienta con autoridad de reclamar porque no respondemos rápido y preguntarnos si acaso nos gusta alguien más, sin que podamos evitar esos reclamos. Las redes sociales nos han llevado a normalizar la fiscalización de nuestra intimidad y de esa manera propician el desarrollo de comportamientos posesivos y celos, que son la semilla del maltrato.

Ahora, las redes sociales no se están inventando la fiscalización de la intimidad en las parejas. Antes de que Whatsapp, Instagram y Snapchat llegaran a nuestras vidas, muchos y muchas ya se las arreglaban para vigilar a su pareja y controlar lo que hacían o dejaban de hacer con sus vidas. Entonces, el asunto no son las redes sociales –aunque, como dije al principio, estas agudizan el problema. El asunto es que en las relaciones de pareja sentimos que, más que tener a un par, a otro ser humano con las mismas prerrogativas y libertades que nosotros, vemos al otro como alguien inferior, alguien que podemos controlar, limitar y someter, alguien que nos pertenece, alguien que no es un humano sino un objeto hecho exclusivamente para nuestro placer.

Y en la historia, quienes hemos sido generalmente vistas como objetos que se pueden poseer somos las mujeres. Suena duro, pero esa es la razón que explica, por ejemplo, que por muchos años –y aún en el presente– el matrimonio fuese una transacción entre un padre y un pretendiente, en la que la novia era más bien una mercancía por la que debía pagarse una dote. Esta razón también explica que por muchos años las mujeres no fuésemos vistas como seres productivos, y que nuestro rol se hubiese limitado a permanecer en la casa cultivando nuestra belleza, como si fuéramos adornos de colgar en la pared. Esta razón explica también que por mucho tiempo las mujeres no hayamos podido votar, ni heredar ni tener cuentas bancarias, porque para la sociedad no éramos seres capaces ni autónomos, éramos como mascotas. Esta misma razón explica que las mujeres seamos las principales –y a veces hasta las únicas– víctimas de violencia sexual, acoso sexual y callejero, pues las mujeres somos vistas como objetos que existen para el disfrute sexual del hombre, en cualquier momento y hora del día, y no como personas que tienen una voluntad digna de ser honrada también. Esta misma razón explica que Eileen Moreno haya recibido la golpiza brutal que recibió y que muchas le hayan hallado justificación.

child marriage
«15 millones de niñas menores de 18 años son obligadas a casarse al año», ONU mujeres.

Y no, no estoy diciendo que no existen mujeres violentas ni que las mujeres nunca le revisan el celular a sus novios o maridos. De hecho, un estudio hecho en España sobre el control y la posesión en parejas jóvenes muestra que tanto mujeres como hombres participan del juego de la invasión de la privacidad: revisamos celulares, prohibimos amistades e insultamos. Sin embargo, donde hay una marcada diferencia es en el uso de violencia, incluyendo la sexual, para ejercer ese control. Ese mismo estudio muestra que son generalmente los chicos quienes pegan u obligan a tener relaciones sexuales. Según Medicina Legal, de los 50.072 casos de violencia contra la pareja registrados durante el año 2017, el 86% fue contra las mujeres. Es decir, que por cada hombre víctima de violencia de pareja denuncian seis mujeres. Asimismo, Medicina Legal encontró que en 2017, de 6.754 valoraciones del riesgo de violencia mortal contra mujeres por parte de su pareja o expareja, el 60,3% de las mujeres valoradas fueron clasificadas en riesgo grave y extremo. Estas cifras nos recuerdan nuevamente al caso de Eileen Moreno. Su novio terminó con algunos rasguños en su cuerpo, mientras que ella terminó con ojo morado, nariz torcida, varias operaciones y 5 meses de incapacidad. Afirmar que en las parejas, por lo general, los hombres sufren igual que las mujeres es simplemente mezquino.

Una relación sana, libre de violencia, tiene todo que ver con la forma en la que vemos a nuestra pareja. Cuando vemos en el otro un par, un ser humano en igualdad de condiciones que nosotros, con una autonomía y una integridad merecedora del mismo respeto que creemos que también merecemos nosotros, entendemos que la intimidad es algo inviolable, tanto la nuestra como la del otro. Entendemos que nuestro actuar tiene límites en las libertades y sentimientos del otro, así las redes sociales nos den la ilusión de que esos límites están difusos. Sentir que estamos con personas y no con objetos es lo que permite tener una comunicación abierta, respetuosa y sincera con nuestra pareja, y así, sentar las bases de la confianza, de sentir que nuestra pareja nos respeta igual que nosotros a ella y que su intimidad jamás será una excusa para la traición.

No permitamos que nadie penetre nuestra intimidad y mucho menos permitamos que nadie la controle. No permitamos que nadie nos haga sentir que está mal exigir y defender nuestro espacio íntimo. Y principalmente, dejemos de creer que los celos son amor, porque en realidad son violencia.

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