Todas las mujeres, sin importar la edad, raza, condición socioeconómica o estudios, alguna vez en su vida han sido acosadas en la calle. El lenguaje común los hace llamar piropos, porque se considera que son un halago hacia la mujer, pero la realidad es completamente diferente. Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (2015), el 35% de las mujeres colombianas que han sido tocadas o manoseadas sin su consentimiento sufrieron este tipo de comportamiento en la calle.

Pero el acoso callejero no se queda en eso. Éste limita las libertades e impide que exista un libre desarrollo en el diario vivir, crea cohibición a nuestro comportamiento por miedo a lo que vaya a suceder en la calle. Un ejemplo es que las mujeres en Bogotá no pueden hacer uso libre del transporte público sin tener miedo a ser acosadas. Según la Policía, 16 mujeres al día fueron acosadas o tocadas en Transmilenio durante el mes de septiembre. Y eso es solo un tipo de acoso callejero que vivimos. Los comentarios diarios que tenemos que soportar las mujeres, las estrategias que pensamos antes de salir de la casa para evitar ser acosadas y el límite a la libertad que crea el acoso callejero hace que este no puede ser considerado un piropo. El acoso en la calle es muy distinto a un piropo que recibimos en una relación amorosa. Dentro de una relación amorosa el piropo se da en un contexto de confianza e igualdad. El piropo por parte de tu pareja no tiene el objetivo de agredir o intimidar, todo lo contrario, se da para que tú te sientas bien.
Algunos piensan que los piropos callejeros son “inofensivos” incluyendo personalidades, como Amparo Grisales, que agregan que estamos perdiendo el derecho al piropo por andar “insultando a los hombres”. La verdad es que el acoso callejero expresa conductas violentas principalmente contra las mujeres en el espacio público. ¿Por qué no son inofensivos? ¿Qué hizo que dejáramos de verlos como “halagos inesperados que nos deberían alegrar nuestros días? Porque hacen parte de un problema mayor. El acoso normalmente se demuestra en una conducta verbal o no verbal que afecta o daña la integridad y la libertad de una persona causando un ambiente hostil y ofensivo. El acoso callejero es una agresión en sí misma, es la violencia de no poder estar en un espacio público, de no poder existir libremente sino existir para que los hombre hagan sus comentarios. Es incomodarnos y limitarnos para que ellos se sientan cómodos. Además genera un riesgo adicional, es un primer síntoma para otro tipo de violencias contra la mujer, como la violación o el maltrato físico, pues si en la calle nos pueden decir lo que quieran, en privado considerarán (o pues considera) que podrán hacer lo que quieran con nosotras.
Los piropos son tan comunes que se han intentado desarrollar políticas para limitarlos y entender que es un asunto público. En el 2016 el municipio de Timbío, Cauca en Colombia emitió un decreto en el cual se prohibían los piropos subidos de tono, para ellos los que generan algún tipo de agresión directa. El Alcalde decidió además tomar como medida señalar los sitios donde las mujeres se sentían acosadas y pedirle a los hombres que dirigieran sus piropos de una manera más agradable. Colombia no es el único país donde la prohibición ha sido la medida adoptada para eliminar los piropos. En Francia, por ejemplo, prohibieron los piropos en la calle y para quien los cometa tendría que pagar una multa.
Si miramos la medidas implementadas en Colombia y en otros países, no son la solución más deseable para terminar con los piropos en la calle. Primero, la prohibición no garantiza que estos dejen de suceder ni afecta el problema real, que es los hombres sigan sintiendo que pueden opinar sobre las mujeres y dando sus opiniones donde no han sido solicitadas. Si un piropo se está dando en la calle es acoso, el tal piropo agradable no existe, ni existirá.
Y como cuando el Estado no funciona, la ciudadanía siempre esta ahí par actuar. Por ejemplo en Nueva York un grupo de mujeres crearon un movimiento llamado catcalls of NYC buscando la concientización de la ciudadanía sobre el acoso callejero. Ellas utilizan arte callejero para lograrlo. En Argentina, las mujeres de Acción Respeto crearon una campaña mediática gigante en contra del acoso callejero. Y en Colombia existe No me Calle, un colectivo feminista que busca la intervención en espacios públicos como una forma de activismo contra el acoso callejero.
En una sociedad como la nuestra, la naturalización de los piropos no es algo aceptable y no es algo que las mujeres consideramos como un elogio.
En Colombia como tal no contamos con una ley que sancione o que cree medidas para combatir el acoso callejero en el país. Por esto en agosto junto con Dosis – Centro de Investigación y Acción por las Mujeres – creamos cinco propuestas para erradicar la violencia contra las mujeres y proteger los derechos sexuales y reproductivos de las colombianas. Dentro de las propuestas que le enviamos a las congresistas y a la Comisión Legal para la Equidad de la Mujer, tenemos una primera idea para atacar el acoso callejero. Sin embargo, somos conscientes que la vía de la prohibición no es la única que podemos utilizar para acabar con el mismo, pues sería ineficiente e incompleta. Por esto, con este artículo, más que contarles sobre algo que me incomoda, es un llamado a la acción. Quiero pedirles que me ayuden a mí, a SietePolas y a Dosis a crear una propuesta robusta para acabar con el acoso callejero en el país.
Invito a todas las personas que nos ayuden a construir la mejor propuesta contra el acoso callejero, ideas basadas en su experiencia y en lo que creen que sería realmente efectivos en nuestros contextos. A todas nos ha pasado, estoy segura que entre amigas han comentado lo que hacen, etc., es hora de formalizar todo esto. Acá el formulario para que lo hagamos posible: https://goo.gl/forms/s2xynedhaObjNcd83
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