Para empezar, una recomendación para quienes ingresarán al mercado laboral el año entrante. Prepararse para una entrevista de trabajo nunca es fácil, pero pueden tener la certeza de que la siguiente pregunta va a salir. Siempre sale y no es excusa no tener una respuesta preparada: ¿Cuáles son tus fortalezas y tus debilidades?
Yo tengo un problema muy grande con esta pregunta (o lo tuve cuando estaba buscando trabajo), no porque no tenga una respuesta preparada, sino porque esta respuesta es posiblemente la más estándar de todas. Digo que mi debilidad es que no sé decir que no, que me sobrecargo de trabajo y que me cuesta pedir ayuda. Es lo que digo y lo que muchos otros candidatos dicen, así que si lo que busca el entrevistado es creatividad en la respuestas pues yo soy de las primeras que descartan.
Ahora bien, si lo que busca el entrevistado es honestidad, esto es honestidad pura y dura. Yo no puedo decir que no en el trabajo y tampoco lo hago en la casa o en cualquier otro espacio o momento. Me gusta complacer a los demás y voy a hablar de esto porque considero que es un tema con una dimensión de género muy fuerte y porque ya se está acabando el año y es una oportunidad para pensar en los compromisos del 2019.
Hace un tiempo la pola Vanessa nos comentó que las mujeres estamos educadas o entrenadas para ser complacientes y que por esto, en situaciones de acoso, puede ser difícil decir que no de manera explícita y contundente. No es ni por brutas ni por perversas, es porque los roles de género (impuestos, pero ya tan naturalizados que atribuimos a la biología) nos recuerdan que las mujeres son cuidadoras innatas y que nadie quiere a una mujer conchuda, malcriada, engreída o egoísta.
Yo me identifico totalmente con esta reflexión. Porque considero que es algo que puede suceder en situaciones más allá del acoso. ¡En mi caso es el diario vivir! Cuando hay invitados en mi casa, no puedo estar tranquila un segundo y me mantengo entrando y saliendo de la cocina. Cuando mis papás están a punto de discutir, como loca me pongo a lanzar ideas de maneras en las que yo (¡yo!) podría solucionar el problema que llevó a la discusión (y si ninguna de estas ideas es bien recibida, me castigo a mí misma por no haber hecho lo posible para prevenir la discusión, como si fuera una especie de adivina). Cuando en la oficina acepto y acepto nuevas tareas como si mi tiempo fuera ilimitado y soy incapaz de abrir la boca para decir que no puedo. También cuando aquella vez en el cumpleaños de la amiga de una amiga me encontré a mi misma cortando la torta mientras la mamá de la cumpleañera me daba las gracias y me decía que era una niña muy querida. Todo esto impulsado por aquella motivación tan latente y tan fuerte: evitar, a toda costa, incomodar a los demás.
¿Y saben qué es lo más patético? Que critico a las mujeres que no lo hacen. ¡Así es, juzgo a las mujeres que no se están incomodando por complacer a los demás de manera tan obsesiva como yo! Soy el perfecto producto del patriarcado, programada no solo para comportarme de manera complaciente, sino para rechazar a las mujeres que no lo hacen. Para destruir toda posibilidad de sororidad y para priorizar estas diferencias aparentemente irreconciliables sobre nuestra experiencia compartida como mujeres.
Y la boba termino siendo yo. Porque ellas son las que no se están matando por complacer en todas partes y en todo momento. Yo mientras tanto me he esforzado tanto por volverme esta especie de máquina imparable, calculadora, planeadora, que hasta yo me lo creí. Y me creí que esto era una gran fortaleza y me sentí completamente identificada cuando me vi una película llamada ‘I Don’t Know How She Does It’, en la que Sarah Jessica Parker es mamá, ejecutiva y miembro activa de su comunidad y todos los demás personajes solo le dicen cosas como “¡¿Cómo lo haces?!” Y me tomó varios años en darme cuenta que la ansiedad que me ha llevado a comerme las uñas desde que tengo memoria o a la gastritis con la que vengo hace medio año son el producto de esta supuesta fortaleza.
Pues bien, ayer en la sala de espera, esperando a que otra gastroenteróloga me viera, decidí que es mejor tarde que nunca y que es hora de decir no. ¡No más! Me voy a convertir en la mujer que siempre he criticado, en mi némesis que me hace ojitos desde el feminismo. Seré, a los ojos del patriarcado, esa mujer conchuda que piensa en sí misma antes que en los demás. Esto, amigas, es mi declaración feminista y mi más grande compromiso para el 2019. No quiere decir que tiraré todo por la ventana pero sí me esforzaré por entender que para poder preocuparme por los demás debo preocuparme por mi misma. Aceptaré, aunque al principio sea doloroso, que no puedo resolverlo todo (¡y que para darme cuenta de esto no me tenga que dar una gastritis!). Que ser una mujer fuerte y empoderada no es ser una máquina que hace y hace, es conocerse a sí misma y sus límites y rechazar todo tipo de estándares imposibles de alcanzar. Es reconocerme y tratarme a mi misma como la persona más importante de mi vida.
Tengo mi compromiso muy claro pero la ejecución para lograrlo no. La verdad es que no me quiero incomodar para construir un plan para no incomodarme y tampoco quiero aburrirlas a ustedes con detalles que considero son personales (como el hecho de que quisiera retomar el ejercicio, actividad que hace más de un año no hago o que quizás la solución a todo esto es irme a vivir sola, para así preocuparme por mis problemas primero). Ya la reflexión feminista está, queda es invitarlas a pensar en comportamientos nocivos que quisieran cambiar y la manera en la que el feminismo es una herramienta para esto. ¡Feliz año y para todas las que se sientan identificadas, feliz año del NO!
Créditos de la imagen a Hayon Thapaliya