La autobiografía de Michelle Obama no es una moda sin fundamento

La autobiografía de Michelle Obama no figuraba en mi lista de libros por leer este año. Y, sin embargo, sucumbí a la moda y a la presión de grupo. Me ganó la curiosidad al ver que reseñaban y elogiaban el libro en todos los medios de comunicación: en los medios culturales y especializados, en los populares, en los independientes y los masivos. Luego lo vi en Twitter, Instagram y Facebook fotografiado como el regalo esperado de la navidad para muchas. Y finalmente, de las 8 amigas (todas feministas, obvio) a quienes sigo con asiduidad en Goodreads (una red social en la que básicamente nos jactamos de cuántos libros leemos y la rapidez a la que lo hacemos), 4 empezaron el año con “Mi historia”. No pude resistirme, lo compré, empecé a leerlo y no pude parar.

No puedo decir que la historia – los hechos que narra – me sorprendieran. Como buena millennial me mantuve al tanto de la historia de la familia Obama antes, durante y después de su paso por la Casa Blanca. Y sabía que la familia de Michelle, los Robinson, eran una familia de clase trabajadora del Southside de Chicago, una de las zonas más peligrosas y pobres de la ciudad. Ya sabía que había estudiado en Princeton y luego en Harvard. Que conoció a Barack Obama en una oficina de abogados en Chicago cuando ella fue una especie de “mentora” mientras él hacía una pasantía en esa firma. Que luego se casaron y muy pronto él inició una carrera política en el Senado Estatal de Illinois que lo llevó en una escalada sin precedentes hasta la Presidencia de los Estados Unidos. Que durante la campaña le dieron durísimo con toda la misoginia y el racismo que caracteriza a nuestro planeta. Que ya como Primera Dama se la siguieron montando con lo mismo y muy a pesar de ello lideró programas ejemplares para combatir la obesidad infantil e impulsar a las adolescentes de comunidades marginales a postularse a las universidades más prestigiosas del país.

Y, sin embargo, al leer este libro me di cuenta que cada uno de los episodios que consumí como un chisme más del Jet-Set de la política mundial estaba totalmente atravesado por todos los temas, conceptos y paradigmas que me obsesionan. ¿Se necesitan padres autoritarios para producir hijos disciplinados, éticos y buenos ciudadanos? Ahí está la familia Robinson para darnos un ejemplo de que no. ¿Qué necesita una mujer para romper techos de cristal? Que alguien le diga que es lo suficientemente buena mientras un mundo machista le grita que no lo es, nos dice una Michelle Robinson adolescente. ¿Qué sacrifica una mujer cuando decide construir una familia? Ya convertida en Obama, Michelle nos lo pone en frente sin anestesia. ¿Qué le pasa a una mujer negra en el país más «desarrollado» del mundo cuando se atreve a ocupar una posición de influencia? Deje que se lo cuenta la esposa del candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Barack Obama. ¿Y cómo puede esa misma mujer al ocupar una posición de poder eludir a todos aquellos que la quieren ver fracasar y escribirse a sí misma en la Historia como una de las personas más influyentes del pasado reciente? Sus historias sobre los programas que lideró desde el despacho de la Primera Dama cuentan el relato con todos su matices.

Me sorprende en Latinoamérica que con la rapidez con que hemos adoptado los discursos por la igualdad de género en ciertos sectores (entre los jóvenes, los económicamente privilegiados, los que tenemos acceso a la información y a la tecnología), todavía no hemos tocado lo suficiente los discursos anti-racistas ni hemos desarrollado uno que se adapte a las circunstancias particulares de nuestro continente y de cada uno de nuestros países. Me atrevo a sugerir que la autobiografía de Michelle Obama puede ser para muchos el primer paso para entender la intersección entre género y raza, así la historia que cuenta transcurra en un país cuya cultura dista mucho de las nuestras. Todo esto para decir que hay que leerla, a lo largo y ancho de este continente. Y cuanto antes, mejor.

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