#DomingoDeInvitadas: Una relación no-feminista de una feminista

Ilustración de Eryn Lougheed 
#DomingoDeInvitadas

Las relaciones de pareja de una feminista suelen ser selectivas –o eso pensaba yo–, puesto que te empeñas en buscar Alguien que entienda tú decisión de vida –el ser feminista–, que se integre y te acompañe en la construcción de una relación crítica y que rompa con dinámicas patriarcales, misóginas y hetero-normativas.  Se trata, entonces, de un esfuerzo diario y cotidiano de romper con esquemas que reproducimos inconscientemente, pero hoy vengo a contarles la historia de una feminista que dejó de serlo por “amor”.

Mi ex pareja es –supongo que todavía es así– un hombre crítico que luchaba contra las injusticias sociales y la inequidad propia del sistema imperante. Debo admitir que eso es lo que me enamoró de él: esa intención de re-construir una realidad distinta y más justa, a pesar de sus privilegios y comodidades.

Al principio, sentía que todo iba de maravilla. Él aceptaba que fuera feminista y su pensamiento crítico y tendencias políticas alimentaban mi consciencia no conformista de la realidad. A pesar de esto y de mi constante curiosidad acerca de las nuevas manifestaciones feministas en las relaciones hetero-normativas, caí en el círculo del patriarcado, sin quererlo y sin tener consciencia de ello.

Así, todo resultó ser una relación donde él era la prioridad y yo, simplemente, era una sumisa a sus decisiones y cotidianidad. Dejé, poco a poco, de ser quien era para convertirme en “algo” –en el sentido más cosificador que se permita– que él quería que fuera. Nada de esto fue impuesto por él, pero terminó siendo, sin que yo musitara palabra alguna.

Probablemente se preguntarán cómo es que alguien que se decía crítico –mi ex pareja– y una mujer que se autoproclamaba como feminista –yo– terminamos envueltos en una dinámica de relación profundamente patriarcal.

Pues bien, eso es lo que resulta aun más preocupante y complejo de mi relación, y es también la razón por la cual me encuentro escribiendo esto. No sé cómo, pero sí sé por qué. El patriarcado y sus dinámicas no son algo de lo que puedas librarte con facilidad; es una lucha constante y diaria y yo, pensando que estaba con aquel hombre que nunca sería machista, dejé de preocuparme por ello, y me concentré en ser la “mujer perfecta” que él merecía y que yo, en algún sentido, sentía que debía ser.

No es que dejará de alimentar mi posición intelectual frente al feminismo, o que dejará las micro-luchas de género de lado. Fue más bien la reproducción no consciente de unas prácticas con las que nacimos y fuimos formadas toda una vida, y que permitimos que nublen lo más íntimo y privado de un ser humano: su relación sentimental.

Con esta columna no pretendo excusarme, sino contar mi historia; la historia de una mujer, que siendo feminista, estuvo en una relación no-feminista.

Todo sucedió sin que generará alarmas en mí. Los cambios fueron apareciendo poco a poco de forma que nunca me vi forzada a confrontar directamente mi ideal de vida, mis creencias feministas y mi realidad. Pasaron los años, y cada vez fui menos yo, y más él. Y era más él, porque era su imaginario de mujer con lo que me enfrentaba cada día. Era un reto acercarme más a lo que él quería de mí; en lo que quería que me transformara.

Puede parecer como si él tuviese la culpa, pero no. Realmente fue una cuestión de los dos y, sobre todo, de mí, fui yo la que dejó de lado sus creencias y sus bases por complacer a un hombre. Así como fue él, pudo ser otro; lo importante es que no sé como pude salir a las calles, durante 5 años, a luchar por la reivindicación de las mujeres y en la casa, ser una mujer sumisa y dada al hombre.

Lo curioso es que esta cuestión es algo que siempre hemos criticado las feministas: la división entre lo privado y lo público –por supuesto que en un estadio mucho más complejo y distinto que las relaciones amorosas–, no obstante, cedí y dejé de imprimir crítica a lo más esencial de la vida, el amor propio.

 

Durante 5 años, él no cambió; todo lo contrario, se solidificó en su esencia, mientras que yo me transformé y perdí todo, a tal punto de mirarme en un espejo y no reconocer quién era esa mujer. Este no-reconocimiento no lo hice a su lado, todo lo contrario; fue un proceso que surgió en la medida que me separé de él. Tenía que aislarme para entender nuestra relación no era feminista ni igualitaria por el simple hecho de que nosotros nos reivindicáramos feministas. Y en ese sentido, somos más culpables que aquellas personas en una relación patriarcal y heteronormativa, porque nosotros sabíamos, éramos conscientes de lo que constituye una relación igualitaria, y aún así no fuimos capaces de salirnos de la dinámica patriarcal.

 

Hoy, luego de mucho tiempo sola, puedo decir que la renombrada “tusa” no fue por él, sino por mí: una mujer que diciéndose feminista, dejo de serlo por estar con alguien.

Debo aceptar que no fue fácil entender todo esto ni mucho menos volver a consolidarme teórica y empíricamente. Pero volví, y volví más fuerte, entendiendo que el amor no puede eliminar tu esencia y que esa selectividad de la que hablaba al principio, no puede cesar esa lucha consciente y diaria que debes tener con respecto a tu vida y a cada una de las relaciones interpersonales que emprendas. Ser feministas no es sólo una teoría ni una doctrina, se trata de una forma de vida y, como tal, debe permear todas las esferas del Ser y de la vida.

No crean que por estar con alguien crítico, o por serlo tú, el patriarcado y machismo dejará de estar presente; todo lo contrario, es allí cuando más intentará entrar para deslegitimar nuestras luchas y la esencia misma del feminismo.

Después de todo, sólo puedo decir que en la próxima relación que sostenga, el feminismo estará presente y será más fuerte, porque entendí que el amor hacia una mujer, puede serle justo, en tanto así sea.

 

 

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