Autora Invitada: Daniela Mahecha*
¿Cuántas veces hemos tenido que escuchar el discursito que dice que las mujeres nos victimizamos? ¿Cuántas veces ese discurso ha venido de otras mujeres? Aunque estemos cansadas de tanta falacia, el sermón se repite incesantemente, con toda su violencia y su cinismo, incluso en boca de nuestra queridísima vicepresidenta.
A esta mujer de la clase alta colombiana, sesgada por la sombra de cierto ex presidente, le pareció sencillo decir, en televisión nacional, que la solución al maltrato contra la mujer está en invertir en la mujer. Como si solo proyectara la grabación de voces bastante conocidas y repulsivas para nosotras, afirma que el problema está en la falta de educación de las mujeres que se pobretean tratándolas de víctimas. Ante una cámara, que pronto la pondría frente a millones de mujeres que lloran, vomitan, escuchan insultos y órdenes o se limpian la culpa, la pena, el odio y la sangre, concluye que lo único que puede hacer el Estado es brindar más “oportunidades” de educación y trabajo para el género femenino. ¿En serio es eso lo único que se puede hacer? ¿Cómo es que una mujer puede evitar que la manoseen en un transmilenio o que la violen cuando su único “error” ha sido salir de casa? Esta vicepresidenta tiene una carrera en Derecho y más de tres especializaciones y eso no le ha impedido exaltar a figuras patriarcales, o manifestar que el papel de la mujer en la democracia se limita a la educación de sus hijos, futuros votantes. ¿Se ve la falla en su discurso? ¿El peligro en su replicación?
No creo que la vicepresidenta se haya salvado de ser vulnerada por su condición de mujer; creo que, por el contrario, ignora la violencia que se le ha ejercido, pues la tradición la ha obligado a ignorarla, a no “victimizarse”. ¿Acaso no ha notado cómo, junto a otras mujeres de altos cargos políticos, se le juzga por su aspecto y no por sus ideas? ¿Es que jamás sintió el miedo por la mirada enferma de un hombre? y ¿Qué hay de su madre y sus abuelas?
Ya basta de absolver a los hombres que violentan. Déjenme decirles que no, que las mujeres no nos victimizamos; este discurso solo niega la verdad: somos víctimas. Somos víctimas de una sociedad que nos ataca; de un pueblo que se hace el de la vista gorda y nos condena; de la violencia normalizada; de un presidente que cree que la solución al embarazo en adolescentes es tener a las “niñas” “ocupadas”, porque las únicas responsables por el embarazo, deseado o no, tenemos que ser nosotras. Somos víctimas del presidente del Senado que llamó a la estudiante Jennifer Pedraza “niña”, porque aún se niega esa identidad de mujer concebida hace más de medio siglo. ¿Cuándo han escuchado que un desconocido llame a un hombre mayor de veinte años “niño”?
Claro, somos niñas, pero cuando nos atacan es nuestra culpa por no tener la capacidad o las agallas, o qué sé yo, de defendernos. Dicen que no deben tocarnos ni con el pétalo de una rosa; eso porque somos niñas, no porque seamos individuos con igualdad de derechos. Aquí, en este país que exhibe a la mujer como objeto, un deleite con el mismo valor de una fruta autóctona, o de una fruta ordinaria, no tenemos derecho ni de vestirnos como se nos venga en gana.
Sí. Qué pena. Cómo nos victimizamos. Qué pena por gritar cuando nos golpean y nos matan. Qué pena por denunciar que nos violentan, por exigir decidir sobre nuestro propio cuerpo. Qué pena por quejarnos si nos ignoran, si nos vuelven añicos con su patriarcado. Qué pena por no ser las putas del pueblo, calladitas y bonitas. Qué pena por tener una vagina entre las piernas. Qué pena por no tener la fuerza de coger a un hombre a puñetazos cuando nos golpea, porque es eso lo que quieren, ¿no?, que nos defendamos. Qué pena por temer por nuestra vida. Qué pena por hacerles ver que el catolicismo les mintió; ningún hombre ni ningún Dios tiene derecho sobre nosotras.
¿Se dan cuenta de la falla del discurso? En vez de estar atacando a esa otra mujer que está en condiciones tan desfavorables como usted, grite con ella y deje de acallar sus súplicas. Decir la verdad, a falta de un Estado que nos defienda, no es victimizarse. Exigir que se nos trate con respeto y como iguales no es exagerar. Revelar el verdadero foco del problema no es querer llamar la atención. Soñar con la privacidad de nuestro cuerpo no va en contra de ningún estado natural. Estas frutas, comercializadas, aporreadas y consumidas, no son propiedad de nadie; estas frutas son dueñas de su semilla.
*Daniela Mahecha Diaz, estudiante de octavo semestre de Creación literaria en la Universidad Central. Gestora del proyecto Editorial 233 y del proyecto piloto de promoción de lectura de la biblioteca de la Universidad Central. Amante de los viajes, la escritura y la lectura.
No sé bien a lo que se refieren frente a las declaraciones de la Vicepresidenta… si creo que la opción para cambiar el machismo es la inversión en la mujer!! Me da tristeza que últimamente su blog se está volviendo una crítica incesante en la cual no se plantean opciones ni solucionen…
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