Ilustración de Emma Gascó
Texto de Keyla Diaz
Nosotras, hijas de Chimalma, declaramos nuestro el cuidado. La libertad desde el cuidado será nuestra consigna. El cuidado de nuestros territorios, el cuidado de nuestro cuerpo, el cuidado de las relaciones que formemos. Todas nuestras prácticas se someterán al cuidado. Como Coaticlue daremos el tomate, la papa, la piña, el tabaco, el maíz, los cacahuates, el chocolate, la batata, la calabaza, el pimentón y nunca más nos los dejaremos robar, porque “sin la comida no hay fuerza”. La tierra nos nutre. Quritachu mikhunki[1]. Este oro comeremos, desde lo rural hasta lo urbano. Desde la campesina hasta la estudiante. Nosotras “pelaremos el cobre”, ante un sistema neoliberal, en búsqueda de una descolonización y la autosuficiencia alimentaria. Compartiremos nuestro café, nuestro cacao, nuestras fresas. No porque nos sobre, sino porque con ello creamos relaciones. Ustedes internalizaron la propiedad privada, nosotras la comunidad y las relaciones. Cae la falsa educación, la negación, lo incomodo y se instaura el banquete porque “ñucanchic ñaupa mamacuna sumac micuita charishca (nuestras antiguas madres tenían buena alimentación)”[2]. Y sí hay que comer con las manos, se come con las manos que cultivan, pelan y sirven; también, que se levantan y acarician.
El conocimiento no estará solo en la ciudad, ni en la academia, ni en el centro. El conocimiento estará en el campo, en la cocina, en lo local, en la cotidianidad, porque ahí nacen múltiples relaciones. El conocimiento de nuestras abuelas es el conocimiento del cuidado, el conocimiento de nuestras madres es el conocimiento de la independencia y la autosuficiencia. Valoraremos este conocimiento y construiremos confianza a través de este.
Nosotras, las hermanas de Xochiquétzal, amaremos como se nos de la gana y no como su miedo tildado de racionalidad diga que es correcto sentir. La emotividad, el cuerpo y el gozo es nuestro y suya es la prohibición. No hay fronteras para la afectividad. Hijas de la historia caníbal seremos exóticas siempre, pero no para su consumo. El cuerpo que baila es el cuerpo que goza. Goza fuera , fuera de las identidades. El sexo n, el sexo no humano, el “sexo contrasexual”. El misterio erótico perdurará, cada parte del cuerpo será el mismo sexo. No tendremos vergüenza ante el cuerpo que suda, se mueve, baila, goza, suena y huele. El aceite de coco alumbrara nuestras pieles, porque las cuidamos y admiramos, pero no para la venta y consumo como se hizo con las pieles de las esclavas africanas. La prohibición del movimiento, del cuerpo, de la vida, de la danza, terminó. Ahora somos las hijas del baile, de la tierra que se levanta con los pasos de los pies desnudos. Bajo los tambores los hilos negros de nuestros cabellos harán la noche y nuestros senos las piedras de los caminos hasta la comunidad. Nuestro cuerpo será un eterno lugar de experimentación, no un eterno lugar del consumo.
Nosotras, orishas, acompañadas de Yemayá haremos fluir, como los ríos que atraviesan las fronteras de nuestro cuerpo, la palabra en nuestro circulo y en cualquier circulo. El cuerpo, el pensamiento y la palabra nos pertenecerán. Ni en danés, ni en inglés, ni en francés, ni español, ni en nahual, ni sikuani, ni en ninguna lengua, permitiremos malos tratos, ni insultos, ni represiones. Nuestras bocas rojas, negras, blancas, azules, violetas, verdes, pintaran el mundo con las voces que han querido callar. Nuestra vida será un ejemplo de libertad y no “el calabozo de la desesperación”. El blanco es solo un color, entre muchos colores; así que no será la totalidad del color. No dudaremos en hablar, en expresar lo que pensamos, sabemos y sentimos, aunque quienes nos escuchen se sientan incomodos. Los hombres serán nuestros aliados. Aprenderemos a reconocer los discursos de las prácticas y la praxis de cada uno.
Ixchel, bajo la luna, dará el veneno amazónico y la hoja divina de la inmortalidad. Nosotras, princesas Incas, Awacoc Warmi[3], tejeremos la diáspora de nuestra historia y haremos un telar de la oralidad, de los Andes, del Chimborazo, del Uyuni; no del atraso como nos han querido mostrar. Las lenguas nos pertenecerán y con ellas una nueva concepción sobre la vida, sobre el tiempo y el espacio. La cultura no será ni demarcación, ni distinción de una élite, será siempre las prácticas de cada territorio.
Nuestro feminismo será interseccional para no obviar lo que muchas y muchos han obviado. Que nuestra experiencia no solo está “determinada” por el género, sino por la clase, la raza y la orientación sexual. No naturalizaremos ningún privilegio. La subalternidad es la historia de la gente concreta, del dispositivo de género y de la feminización de la pobreza; pero, también de las resistencias, de las comunidades, de las historias locales. Lucharemos contra el “jisk’achasiña” (empequeñecimiento) construyendo ejes desde lo cotidiano.
Tendremos subjetividades fronteras para arrasar con los espacios determinados, en los cuales nos han querido poner. Investigaremos sobre “los Bororos en el Iténez o los Chacobos y Moxeños en las llanuras orientales”[4] y no solo sobre Butler, Beauvoir o Foucault. Acompañadas del espíritu del jaguar recorreremos América Latina para construir una voz. Acompañadas del colibrí haremos un camino de comunicación con otros territorios, con otras feministas, con otras perspectivas. No descartaremos la frontera, pero tampoco la identidad, porque las dos son prácticas políticas. Construiremos espacios de reconocimiento. Buscaremos lo que nos une, más que lo que nos separa.
Llevamos la fuerza de lo femenino y lo masculino. Hijas/hijos de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y no del pecado ni parientes de Adán y Eva. Desdobladas, dobles, duales, como la serpiente emplumada, nace lo femenino y lo masculino. Princesas de los nahuales, creamos y destruimos lo que se dice femenino y masculino, y la cultura que lo acompaña también.
Hijas de Atahualpa: la cordillera, los cerros, los ríos nos pertenecen. Volveremos “Pachacamac cuyaipi a shina causaita/ sumac causaita” (con el amor de Pachacamac a una plácida existencia/ buena vida)[5]. Fuertes como la montaña, fuertes como las deportistas y las caderas negras que se mueven como las olas del Pacifico. Yoruba será nuestro nombre. Tal cual Sierva María. La fuerza de las embarcaciones polinesias que cruzaron el Pacífico hasta Perú nos acompaña. El zigzag de los Andes es nuestra historia. Rio, selva, bosque. Nos hundiremos en un fuerte abrazo. Jamás volveremos a ser las mismas. Aceptaremos el devenir, la transformación, ese que siempre aceptaron nuestros abuelos. No seremos malinches, pero sí seremos caníbales, mientras vemos las fuertes corporalidades de las garrotas que danzan bajo el sol. Al final nuestro canto se unirá y nuestra danza contagiara al mundo…
[1] Rivera Cusicanqui, Silvia. Sociología de la imagen: miradas ch’ixi desde la historia andina. Buenos Aires: Tinta Limón, 2010.
[2] Manosalvas, Margarita. Buen vivir o sumak kawsay. En busca de nuevos referenciales para la acción pública en Ecuador. Iconos. Revista de Ciencias Sociales (2014): 101-121.
[3] Rivera Cusicanqui, Silvia. Sociología de la imagen: miradas ch’ixi desde la historia andina. Buenos Aires: Tinta Limón, 2010.
[4] Davis. Wade. Los guardianes de la sabiduría ancestral. Su importancia en el mundo moderno. Sílaba, 2015.
[5] Manosalvas, Margarita. Buen vivir o sumak kawsay. En busca de nuevos referenciales para la acción pública en Ecuador. Iconos. Revista de Ciencias Sociales (2014): 101-121.
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