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El año pasado, nuestra Pola Daniela Escobar nos regaló una magnifica columna sobre los propósitos feministas para el 2019. La leí para tener un poco de inspiración sobre la columna que debía escribir para hoy, 1 de enero de 2020. Mientras reflexionaba sobre cuántos de estos puntos había cumplido en el ultimo año, el cuarto punto (aprender a decir no) resonó especialmente conmigo, no solo porque creo que la historia de la feminidad es la historia de las mujeres que no nos sentimos en capacidad de decir que no, sino por la sensación de culpa que sentí conmigo misma. Y ¡bingo! supe inmediatamente de que quería escribir para empezar este año y esta década: sobre la culpa.
La culpa, aquel concepto judeo-cristiano que supuestamente nos lleva a la redención, pero que en realidad ha servido por milenios para controlar a las mujeres. La culpa, ese problema que parece individual y personal pero que es en realidad un problema de género. La culpa, esa herramienta de autocensura, de control, de poder que me ha impedido durante 27 años disfrutar plenamente de mis libertades y mi individualidad y me ata más que cualquier otra cosa al patriarcado.
Cuando sentimos culpa, entonces, estamos experimentado un rechazo psicológico por un acto que hicimos (u omitimos) y que nuestro cerebro relaciona con algo negativo. Y el sentimiento de culpa es especialmente inculcado en la tradición judeo-cristiana como un prerrequisito para el perdón de los pecados.
¿Qué significa entonces cuando sentimos culpa por cosas cotidianas? Porque no se ustedes, pero yo siento culpa casi a diario por cosas muy básicas. Siento culpa cuando como postre dos días seguidos. Siento culpa cuando no voy al gimnasio el día que debo. Siento culpa cuando no voy a trabajar porque estoy enferma. Siento culpa cuando paso un día en la casa viendo películas y comiendo helado. Siento culpa cuando me gasto mi dinero. Siento culpa cuando me doy gustos, como pedir un domicilio tarde en la noche y comerlo en la cama. Además, llevo muchos años trabajando en superar la culpa que siento sobre mi cuerpo. Por años sentí culpa después de acostarme con alguien en la primera cita, sentí culpa cuando grité muy duro durante un orgasmo, sentí culpa por masturbarme “más de lo normal”, sentí culpa por emborracharme frente a mis amigos, sentí culpa por coquetear, por vestirme de forma provocativa. Y aun siento culpa cuando hablo mucho, cuando soy asertiva, cuando defiendo mis puntos de vistas frente a personas que piensan diferente.
Y lo que esto significa es que estoy programada para sentir, de forma inconsciente, que sentir placer, darme gustos, ser libre, tener un punto de vista, ser feminista, etc., son cosas negativas o dañinas.
En cambio, pocas veces siento culpa cuando me conformo al status quo. Cuando en vez de discutir sobre la carga desproporcionada que implican las labores domésticas me callo y lavo los platos, cuando paso por una niña buena y bien educada, cuando hago esfuerzos, muchas veces completamente desproporcionados para sentirme más flaca, más bonita, más conforme a lo que la sociedad me exige, me siento mucho más tranquila, aunque racionalmente sé que estos comportamientos no son buenos para mis, no me representan, participan a mi propia opresión.
La culpa es, en otras palabras, una de las herramientas más perversas del patriarcado. “El autocastigo es incluso peor que la condena externa. La psicóloga y escritora argentina Liliana Mizrahi lo dijo en su libro Las mujeres y la culpa: nuestras mentes “se moldean de acuerdo a los mandatos de poder” y así “la coerción y la represión del sistema han sido incorporados como autorrepresión”, ya que “el carácter destructor-activo de la acusación y la condena tiene como escenario principal nuestra propia conciencia”. (…) la culpa es un tema de género porque históricamente se nos han atribuido tantas responsabilidades disfrazadas de amor, cuidado, falso empoderamiento, que cuesta notar que son cadenas a romper; si lo queremos hacer nos sentimos exageradas o lo minimizamos, porque ahí aparece ella a frenarnos.
Por eso mi propósito para el 2020 es claro: muerte a la culpa.
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