De una guajira para Fabio Zuleta y otros «conocedores» de la cultura Wayúu

Si algo ha puesto en evidencia el episodio de Fabio Zuleta es que él no es el único que menosprecia la cultura y a las mujeres Wayúu. Por defenderlo, o más bien, defenderse, a muchos les he escuchado decir que, aunque reprochable, lo que dice Zuleta no es una invención pues “la cultura Wayúu es así”. ¿Así cómo? Según mucha gente, incluyendo figuras públicas, así:

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Y digo defenderse porque muchos guajiros han repetido en algún momento el mismo tipo de afirmaciones que hacen Zuleta y García sobre la cultura Wayúu. Por ejemplo, que los indígenas venden a las mujeres. Y mucho más se dice en La Guajira sobre los Wayúu. Que son vándalos, corruptos, bandidos y flojos, y que “eso es cultural”. Con esa narrativa nos hemos convencido de que los Wayúu son los culpables de su propia miseria. 

Todas esas afirmaciones prejuiciosas sobre la cultura Wayúu vienen de generalizaciones injustas a partir de casos particulares, de lecturas sumamente defectuosas de sus usos y costumbres, pero sobre todo, de nuestro menosprecio por ella. Menospreciamos tanto la cultura Wayúu que no hacemos ni el más mínimo esfuerzo por entenderla, comprenderla y valorarla por lo que es antes de afirmar lo que es y lo que no es. Estoy segura de que ni Marcela García ni nadie que haya repetido todo tipo de prejuicios contra los Wayúu tiene idea del significado de la dote (de donde viene la idea de que venden a las mujeres), del tejido Wayúu, de la Yonna o del Sutapaulu. En parte, porque la cultura Wayúu se transmite oralmente y no hay registro escrito de estos significados, o al menos no en castellano. Pero en todo caso estoy convencida de que lo que nos hace decir lo que decimos sobre los Wayúu viene del racismo y el colonialismo que tenemos tan arraigados en nuestras sociedades, que explican nuestro absoluto desinterés por entender la cultura Wayúu y nuestra resistencia a abandonar nuestros prejuicios sobre ella.

Escribo esta columna con el dolor que me provoca no solo el colonialismo y el racismo, sino lo obtusos y moralizantes que podemos ser frente al modo de vida y cultura Wayúu. Afirmamos y reproducimos montones de estigmas diciendo que así es la  cultura Wayúu, como si la conociéramos de verdad, pero sobre todo como si no tuviésemos nada que ver con la transformación cultural o “destradicionalización” que ese pueblo ha sufrido. 

Déjenme comenzar por la explotación de carbón en La Guajira, de la que por más de 20 años me alimenté, estudié y hoy estoy donde estoy. Hoy sin duda alguna puedo afirmar que la minería a gran escala es producto de un modelo económico patriarcal y colonialista, pero de eso ya escribí otra columna. Me limito a decir que lo que para muchos es “desarrollo” (aunque el índice de Necesidades Básicas Insatifechas de La Guajira sea menor que el promedio nacional), para los Wayúu y muchas otras comunidades indígenas ha significado despojo, degradación ecológica, apropiación de recursos vitales como el agua y la tierra, destrucción de sus sitios sagrados, pobreza y conflicto. A todo esto por supuesto súmenle años y años de administraciones de la clase política tradicional guajira entrelazada con corrupción y paramilitarismo. 

Debido a la pobreza y el despojo, muchos Wayúu han tenido que irse de sus comunidades e insertarse en la vida occidental para obtener sustento, lo que ha provocado una transformación profunda de sus modos de vida y la pérdida de prácticas tradicionales. Por eso vemos mujeres indígenas en la Primera de Riohacha vendiendo lo que en realidad no tiene valor comercial. No se si lo sepan, pero el tejido con el que se hacen mochilas y hamacas es el lienzo donde las mujeres registran la memoria Wayúu. Tienen un valor imposible de medir porque es nada más y nada menos que el repositorio de la cultura y la tradición indígena y el medio para preservarlas y heredarlas a las futuras generaciones. Las mochilas y hamacas Wayúu no se crearon para ser vendidas. La transformación del tejido Wayúu de ser el registro de la memoria cultural a un producto de mercado no es porque “así es la cultura Wayúu”. Es el resultado de la pobreza, que a su vez es el resultado del modelo económico que promovemos los arijunas*.

La escena de esclavitud moderna con mujeres y niñas indígenas no es extraña para mi. Me duele confesar que conozco casos muy cercanos de familias que llevan niñas indígenas a sus casas para que puedan estudiar, comer, dormir y vestir, casi siempre a cambio de trabajo doméstico. No en todos estos casos puedo afirmar que hay violencia contra estas mujeres. De hecho, en muchos de esos casos las indígenas terminan convirtiéndose en “parte de la familia”. Pero el solo hecho de tener que romantizar con eso de “es como de la familia” la situación de pobreza que lleva a las mujeres a alejarse de su gente y a ir poco a poco desligándose de su cultura, para realizar trabajo no remunerado a cambio de obtener acceso a lo que son derechos básicos de cualquier persona (salud, alimentación y educación), muestra lo normalizado y aceptado que tenemos la discriminación contra el pueblo Wayúu.  

Dejen de creer que el despojo no transforma culturas, que la destrucción de la naturaleza no cambia los modos de vida y que quienes no somos Wayúu pero vivimos divinamente no tenemos nada que ver con eso. Repetimos como radios que los Wayúu son flojos y pedigüeños, que son ladrones y corruptos, como si nuestros privilegios occidentales no estuvieran enraizados en sus privaciones. Creemos que sabemos todo sobre su cultura y nos atrevemos a decir que lo que dice Fabio Zuleta, aunque doloroso, es cierto. Pero no tenemos idea de lo que hablamos.  

No pretendo ahora decir que la cultura Wayúu es ideal y que está exenta de discriminación contra las mujeres. Mi llamado es a que dejemos de reproducir estereotipos dañinos sobre la cultura Wayúu por nuestro desconocimiento y racismo interiorizado, y que empecemos a reconocer el rol de la cultura occidental en su transformación. 

Si tanto nos preocupa la violencia contra las mujeres Wayúu lo mínimo que podemos hacer es apoyar y darle visibilidad a las mujeres y organizaciones de mujeres Wayúu que, con su propia agencia, denuncian y luchan contra el patriarcado, inclusive el indígena. No se pongan en la actitud de “salvadores”. No utilicen las causas que les son, además de ajenas, extrañas, para pasar por grandes defensores de “la mujer” (sí, odio cuando dicen “la mujer”). Permítanme descrestarles con algo que tal vez no se les ocurre: Las mujeres Wayúu tienen su agencia, se organizan para exigir derechos, denuncian los abusos que sufren, han derribado barreras inimaginables para ocupar cargos de poder político, y no necesitan que ningún arijuna hable por ellas. Cuando denuncian la violencia contra mujeres indígenas reproduciendo los mismos prejuicios y presuposiciones que tienen sobre su cultura en realidad no las están defendiendo. Solo están asumiendo una vocería que no les corresponde para seguir reproduciendo estigmas contra los que las mujeres luchan. Si tanto les preocupa su situación comiencen por leerlas, por seguirlas, por replicar sus voces y denuncias, no suplantarlas ni hablar por ellas.

*Arijuna: Persona no indígena en Wayuunaiki.

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