Escribir sobre sexo

Por: SinturaConEse

No tengo duda de que, como mujer y como feminista, hablar sobre sexo es un acto político. Y cuando lo hago yo, que no es poco ni con la mojigatería que nos exige una sociedad machista y misógina, sé que no solo reivindico mi liberación y mi libertad, sino que contribuyo a que otros y otras empiecen a hacerlo. Pero hace rato sé que esa misma liberación y ese ímpetu de libertad sexual no han transitado a mi escritura pública.  Cuando se me ocurre a mí un tema asociado a la sexualidad o cuando me piden que escriba sobre sexo (que no ha sido pocas veces desde que escribo blogs) mi instinto es la auto-censura.

La escritora Flannery O’Connor dijo alguna vez: “Escribo para descubrir lo que sé.” No tengo una respuesta concreta al por qué de mi instinto auto censurador, pero si escribo a lo mejor la descubro. Y en el camino puede que se enrede por acá alguna reflexión sobre la sexualidad, la expresión y la escritura de las mujeres.

La rePUTAción

Empiezo y despacho rápidamente a los sospechosos usuales. Número uno, la santísima trinidad de la fiscalización de la sexualidad femenina: slut-shaming, vergüenza y reputación. Slut-shaming es el término que se da en inglés a la práctica de humillar y encasillar a las mujeres por comportamientos considerados indebidamente sexuales. Slut traduce “perra” o “zorra” y “shaming” humillación. Es decir, que a las mujeres intenten humillarnos por ser seres sexuales – nada nuevo ahí. Precisamente por eso completan esta trinidad la vergüenza – que es la interiorización que hacemos nosotras mismas de esa humillación– y la reputación –que es la exteriorización masiva y sostenida en el tiempo de esa humillación a la que nos somete la sociedad.

¿Soy inmune al slut-shaming? Por supuesto que no. No soy inmune a las presiones sociales y al condicionamiento al que se nos somete a las mujeres (y la que diga que lo es, no le creo). Pero si me trasnochara mi “reputación”, mucho más aquella que se construye en términos misóginos y fiscalizadores, no haría casi nada de lo que hago ni sería la persona que soy. Como ser humano y por lo tanto ser social que soy, me preocupa lo que se piense de mí. Pero, al menos en este aspecto de mi vida, no es eso lo que determina que me le mida o me rehúse a escribir en SietePolas sobre sexo.

La sexualidad de las mujeres: ¿asunto de familia?

No crecí en una familia demasiado conservadora ni demasiado fiscalizadora del sexo, aunque no por eso exenta de tabús, secretismo y machismo. Eso sí, tengo una mamá que me enseñó de amor propio, libertad y autonomía y se preocupó por hablarme de responsabilidad tanto como de placer (aunque con algunas reglas ligeramente contradictorias de las que quizá algún día me anime a escribir). En cualquier caso, puntos positivos por encima de la familia colombiana promedio. ¿Pero quiero necesariamente que mis papás o mis tíos me lean cuando escribo sobre sexo? No. ¿Es mi familia como lectora de mis palabras un motivo de auto-censura? Sí. ¿Quiero que deje de serlo? También. ¿Me da vergüenza admitir que, como toda una feminista que se acerca peligrosamente a los 30 años, esta es una preocupación? Un poco. ¿Me ayuda escribir sobre las cosas que me avergüenzan para superarlas? Mucho.

Me ayuda sobre todo porque escribir es pensar, y es poner a mis contradicciones en conversación. Y las feministas estamos llenas de ellas. Y yo reivindico mi derecho a tener una convicción – en este caso, que nadie, por mucho que me ame y me apoye, tiene derecho a controlar lo que digo, escribo o hago con mi sexualidad e intimidad ni directa ni indirectamente y que hacerlo sería contrario a la libertad que reclamo– y no poder actuar sobre esta convicción siempre y en todo lugar. El feminismo a veces se plantea como un ejercicio dogmático (las cosas que puede o no, debe o no hacer una feminista o las que la hacen una mejor o peor feminista). Para mí ha sido todo lo contrario. El feminismo y la escritura son lugares en los que puedo sostener múltiples verdades al tiempo.

Racionalmente, tengo la plena convicción de que lo que yo haga o no, diga o no, escriba o no sobre mi sexualidad es mío y solo de mi competencia. Y que la reacción o reparos que puedan tener las personas que me conocen e, incluso, las que me quieren, es suyo y de su competencia; que les corresponde a ellos, no a mí, lidiar con sus tabús y prejuicios. Emocionalmente la cosa no es tan fácil. Y seguramente se reconozcan en esta oposición entre convicción y afectos otras feministas, en el caso del sexo y seguramente en otros muchos.

¿Sexo y autobiografía: liberación o más de lo mismo? 

Si se trata del feminismo de las contradicciones (que diría que es la única “rama” del feminismo a la que me suscribo sin excepciones, reparos, aclaraciones o dudas) es en este punto que descubro la razón más poderosa de mi auto-censura: me incomoda y a la vez me seduce la forma en que las feministas públicas y las feministas escritoras abordan su sexualidad.

A veces parece que para hablar de sexo como feministas es necesario usar la propia experiencia como materia prima. Y uso muy a propósito el término materia prima porque no siempre puedo reconocer el límite entre liberación e hipersexualización de la autora. No dudo que esta entrada tenga muchos clicks, porque su título contiene la palabra sexo. Tampoco dudo que pocos lectores lleguen hasta acá, porque hasta el momento no he aludido explícitamente a mis experiencias sexuales. Leo y me sirve mucho el material feminista autobiográfico con contenido sexual (no todo y no siempre pero cuando es bueno es excelente e iluminador). Pero me incomoda sobre manera darme cuenta que a veces lo autobiográfico resulta casi un requisito para aludir al tema. Es uno de los asuntos en que me resulta más evidente esa exigencia que se nos hace a las feministas de exponer nuestro pellejo por la causa. Y de dejar a un lado nuestra humanidad: lo complicado que es ser la feminista de la familia, jugarse por un acto político los afectos de familia y amistades, experimentar inseguridades “impropias” de una feminista, tener poca claridad y mucha confusión entre lo que sabemos y lo que realmente podemos llegar a practicar en nuestras vidas. Y, ademá, en este caso particular me pregunto si este tipo de escritura autobiográfica sobre sexo realmente contribuye a la liberación sexual y a la transformación de una sociedad mojigata o si, por el contrario, lo que hace es terminar de cristalizar el morbo que provoca hablar de sexo, que es la máxima expresión de la mojigatería.

Y lo anterior me lleva a un conflicto aún más personal: cuando quiero hablar o escribir sobre sexo, ¿qué me impulsa? ¿Realmente hay algo que tenga por decir o simplemente me resulta seductora la idea de provocar, de sentir que mi escritura puede seducir y hacerme sexualmente deseable? Y, es más, ¿es realmente tan malo y tan anti-feminista como a veces me parece querer hacerse a uno mismo sexualmente deseable y nada más que eso?

Sexo: ¿La última frontera del feminismo?

Creo que en algunas instancias tenemos la idea de que el sexo es la última frontera del feminismo. Que como las feministas queremos ir a lo más difícil, a lo más tabú y desmontarlo entonces es en nuestras camas donde está lo más difícil y lo más tabú. Sí, hablar de sexo tiene un valor muy político. Hay una razón legítima para que nos pidan que lo hagamos o para que nos dé la gana hacerlo. Queremos y tenemos que reivindicar nuestro placer, y nuestro deseo en un campo en el que el monopolio suele ser masculino y en el que usualmente se nos relega al campo de agentes pasivos. Hablar y escribir de sexo como mujeres es ponernos en la posición de sujetas activas. Pero de ahí a que el sexo sea la última frontera del feminismo… me huele a trampa. ¿No es acaso una forma de devolver la revolución al espacio de lo doméstico? Lo que quiero decir es que, si de cien cosas que decimos, la que más atención atrae es aquella que despierta el morbo de la mayoría, ¿qué tanto queremos seguir diciendo al respecto y en qué términos, hasta cuándo y por qué?

No sé qué tanto “descubrí,” como dice Flannery O’Connor que podría haberlo hecho, si plagué este escrito de preguntas sin una respuesta concreta. Pero vuelvo a ella que dijo, también sobre escribir sobre lo que no sabes si deba ser escrito:“si no lo cazas y lo matas, te caza y te mata a ti”. Si la pregunta no es un arma letal, por lo menos por ahora que sea un instrumento de la cacería.

4 comentarios sobre “Escribir sobre sexo

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  1. Agradezco mucho tu visión del asunto. El tema en cuestión me parece totalmente necesario y conforme lo vamos abordando adquiere dimensiones desconocidas y descomunalmente mayores de lo que hubiésemos esperado.

    Ciertamente el tema dará muchos «clicks», y es una evidencia de lo necesario que es para la sociedad la ruptura del tabú. Quizá quienes lo hacemos (de forma honesta) tengamos que comer ciertas incomodidades y cuestionamientos propios, quizá un noble martirio en un mundo en que la pornografía tiene el monopolio de todo lo que se sabe de sexo, que ya se ve que es muy poco.

    El feminismo ha ido lentamente dando la batalla y sus conquistas han movido las raíces mismas de nuestra cultura. Me interesa mucho también la contraparte. La verdadera vida sexual de los hombres es realmente un tema oculto, las mujeres llevan una gran ventaja a pesar de los dardos sociales. Hay mucho que decir, es un terreno fértil. Nuevamente agradezco las reflexiones, y que sigan. Saludos

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    1. Muchas gracias por tu comentario. No creo que podamos hablar de ventajas de unas sobre otros o viceversa. Creo que el entramado social en torno al sexo y la cultura machista y patriarcal nos limitan a todas y todos de distintas formas que hace falta seguir explorando, cuestionando y denunciando. Y estoy completamente de acuerdo en que la verdadera vida sexual de los hombres tiene que ser uno de los asuntos urgentes a tocar. Pero eso les toca a ustedes. Deben asumir el costo de este cuestionamiento y de hacerlo público. Y por supuesto todas las personas, mujeres y hombres, que creemos en la libertad estaremos ahí con ustedes. Saludos!

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  2. Muy interesante la propuesta. Creo que es muy útil abrir estos espacios de encuentro y debate. Desde mi perspectiva llevar al sexo al campo de lo doméstico es muy acotado. Es en el sexo donde más se puede hacer visible la represión, la sumisión, el abuso de poder y el desconocimiento del poder de la mujer. Es una acción en la que se traducen todos los modos de operar que pueden emerger en diferentes instancias de la vida. No se trata solo de algo casero, se trata de ser autónomas, responsables de nuestro placer en la vida misma, de saber darnos lo que necesitamos y hacer valer nuestros deseos. Y creo que esto trasciende las sábanas. Pero creo que también me encuentro en la misma instancia de muchas preguntas y pocas respuestas jajaja.
    Saludos !

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    1. Muchas gracias por tu comentario! Por acá estamos para seguir preguntándonos mucho entre todas y para todas. Definitivamente el sexo, nuestra autonomía, el control de nuestra sexualidad y las disparidades de poder en las relaciones sexoafectivas tienen que seguir en la agenda del discurso, el debate y el cuestionamiento feministas precisamente por lo que señalas: todo ello trasciende fuera de la cama, de la habitación y de casa. Saludos!

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