La etimología de la palabra latina obstetrix no parece estar muy clara, pero la mayoría de los diccionarios la derivan del verbo obstare, que traduce “estar al lado” o “delante de”, dándole un significado lógico, que la partera acompaña a la parturienta. Papel reservado tradicionalmente para las mujeres, la matrona -obstetrix, partera, comadrona, comadre de parir, madrina, llevadora, enfermera obstétrica…que con éstos y otros nombres se ha denominado a esta profesional ha existido siempre, en todas las civilizaciones y culturas, aunque con distintos nombres.
– Willians, Obstetricia, 1974
Recuerdo haber leído la frase “el cuerpo de las mujeres es el terreno de guerra del patriarcado” cuando empezaba mi camino feminista. Entre más aprendo sobre el mundo y el feminismo, más de acuerdo estoy con la afirmación. El cuerpo de las mujeres, en todas sus edades, todos sus estados, todas sus capacidades, toda su diversidad está constantemente siendo colonizado y controlado por el patriarcado. El embarazo no es la excepción.
Las mujeres, como mamíferos que somos, llevamos pariendo en comunidad, entre mujeres, desde siempre. Y a través de milenios de parir billones de seres humanos, el parto se fue ritualizando, estudiando y organizando en un saber popular femenino. En Colombia y en el resto del mundo, las parteras y comadronas han sido las guardianas del conocimiento del parto, las dadoras de vida. Hasta hace apenas un par de generaciones era el conocimiento de las parteras el que permitía llevar los partos de la gran mayoría de personas.
Hoy en día, el parto es considerado un suceso médico, y las parteras han sido reemplazadas e invisibilizadas por las instituciones médicas, encarnadas en los gineco-obstetras (mayoritariamente hombres). Y con este cambio de paradigma vino también la invisibilización, y a veces el repudio del conocimiento que durante milenios las mujeres acumularon y sistematizaron.
Cuando decidí que quería que mi embarazo y mi parto fueran acompañados por una partera y no por un ginecobstetra, recibí varios comentarios, especialmente de mis papás, que me hacían entender que tomar esa decisión era “una locura”. Las respuestas variaron entre “¿Y qué pasa si al bebé le pasa algo? ¿No te da miedo correr ese riesgo?” y “No se inventaron la medicina para que las mujeres sufran teniendo hijos a punta de hierbas”.
Y sin embargo, millones de mujeres en occidente dan a luz en compañía de parteras. Algunas porque es el único acompañamiento a su disposición, pero muchas muchas otras por elección libre. Para entender esta dicotomía, tenemos que entender la historia de la partería y la historia de la ginecología obstétrica y los dos modelos de parto que resultaron de ellas. Según la socióloga Barbara Katz, actualmente en Occidente existen dos modelos para entender y acompañar un embarazo: El modelo humanista, portado por ejemplo por parteras y doulas, y el modelo técnico-médico, que es de lejos el más representado y que es portado por lxs gineco-obstetras y el sistema de salud.
Durante toda la historia, el rol de sanadores ha sido ocupado por mujeres. No fue hasta la revolución industrial que la medicina, tal y como la conocemos hoy, se organizó y empezó a ocuparse de procesos biológicos como el embarazo y el parto, el cuidado de personas con discapacidad, o el manejo del dolor. Hasta hace 200 años, estas actividades eran actividades femeninas, ejercidas por curadoras, parteras, sanadoras, brujas. Hoy, son actividades médicas, ejercidas por doctores, en su mayoría hombres, y donde el rol y la jerarquía de las mujeres es baja. Con todos los avances que la medicina moderna ha traído, un elemento fundamental ha sido perdido a lo largo de los dos últimos siglos: la experiencia, el conocimiento y el punto de vista femenino.
Hasta el siglo XVIII los hombres estaban completamente excluidos del proceso de parto. Cuando la medicina empezó a interesarse, casi por primera vez, en la anatomía femenina, se dieron los primeros pasos de la ciencia obstétrica. Hay que saber que, a lo largo de la historia, las causas más importantes de muerte materna y de mortalidad infantil fueron la obstrucción del parto y las infecciones bacterianas, problemas frente a los cuales las parteras y comadronas tenían opciones limitadas (y sin embargo, muchas veces lograban acompañar el parto de manera eficaz como lo demuestra Ina May Gaskin en su libro Guía del Parto). La medicina occidental comenzó a interrogarse sobre el rol de la medicina para remediar estas causas de mortalidad. Sin embargo, el hecho de que la medicina obstétrica fuera una rama relativamente rechazada de la medicina ralentizó su universalización.
Varios factores jugaron para que la medicina obstétrica finalmente empezará a ocupar el espacio que ocupa hoy (donde casi el 95% de los partos en países como Estados Unidos son atendidos en hospitales por gineceobstetras). En primer lugar, con la revolución industrial implicó la especialización y tecnificación de los trabajos. A las parteras, que llevaban milenios adquiriendo su conocimiento en el terreno, entre mujeres, se les empezó a exigir que certificaran su conocimiento o que tuvieran una formación reglamentada. Esto a la vez que las puertas de la educación formal permanecían firmemente cerradas a las mujeres.
En segundo lugar, la medicina obstétrica empezó a experimentar con la anestesia lo que permitió dos revoluciones que cambiaron para siempre el parto. En primer lugar, el desarrollo de las cesáreas, que permitió salvar la vida de miles de mujeres y bebés. En segundo lugar, partos sin dolor accesibles a cualquier mujer. En 1912, por ejemplo, se empezó a usar por primera vez una droga conocida como Twilight sleep, una combinación de drogas analgésicas (morfina) y amnésicas (escopolamina) que permitían a las mujeres disminuir y olvidar el dolor del parto.
Finalmente, en 1915 se publicó el manual de obstetricia más influyente de su época “Los principios y la práctica de la obstetricia” por el Dr. Joseph DeLee, en los que describió el embarazo y el parto como “un proceso patológico que daña (mucho y a menudo) tanto a las madres como a los bebés (…) Si el nacimiento se viera correctamente como una patología destructiva en lugar de como una función normal, sería imposible siquiera mencionar a la partería”. DeLee se dedicó a proponer intervenciones médicas, muchas veces invasivas, que pudieran salvar a las mujeres de los «males naturales del parto». En resumidas cuentas, el Doctor Delee cambió el paradigma a través del cual se entendía el parto. Pasó de “responder a los problemas a medida que surgían a prevenir problemas mediante el uso rutinario de intervenciones para controlar el curso del trabajo de parto. Este cambio llevó a que las intervenciones médicas se aplicarán no sólo al número relativamente pequeño de mujeres que tenían un problema diagnosticado, sino a todas las mujeres en trabajo de parto”.
Esa es nuestra realidad actual en Colombia y occidente. El parto altamente medicalizado, los procedimientos médicos rutinarios, la imposición sobre el cuerpo femenino de un conocimiento masculino y heteronormativo desarrollado no en el campo, ni en el acompañamiento de los partos, sino en las facultades de medicina y salas de operación. En gran parte de occidente el oficio de parteras se tecnificó y organizó, creando formaciones especiales (en muchos países con un currículum importante de medicina). En otros países, como Colombia, la partería fue completamente relegada y no es reconocida más allá de su valor cultural. A pesar de que muchas mujeres hoy deciden parir en compañía de parteras, su práctica es sobretodo común en aquellas zonas del país donde el Estado y el sistema de salud no llegan. Y las mujeres pasamos de ser actoras, protagonistas, diosas de nuestro propio parto, a ser espectadoras pasivas.
Los desarrollos médicos de la medicina permitieron la disminución de la muerte materna e infantil, especialmente con la introducción de la cesárea y de los antibióticos. Sin embargo, el paradigma médico del parto, que lo ve como un proceso biológico peligroso, que ritualizó intervenciones médicas en su mayoría innecesarias y que rechazó el conocimiento y el savoir-faire de las mujeres y parteras también ha tenido consecuencias sobre la salud y la vida de las personas gestantes y los bebés.
Al contrario de lo que se cree comúnmente, las cifras nos muestran que los partos acompañados por parteras no son más peligrosos que los partos en hospitales. Un claro ejemplo es el de Estados Unidos donde “las parteras atendieron aproximadamente la mitad de todos los partos en 1900, pero menos del 15 por ciento en 1935. A principios de la década de 1930, la mayoría de las parteras en ejercicio eran parteras de edad, negras, o blancas y pobres y que trabajaban en el sur. Y allí donde la práctica de la partería disminuyó, la incidencia de muertes de madres y bebés por traumatismos durante la maternidad o el parto aumentó. Un académico que realizó un estudio intensivo llegó a la conclusión de que el aumento del 41 por ciento en la mortalidad infantil debido a lesiones durante el nacimiento entre 1915 y 1929 se debió a la interferencia obstétrica en el nacimiento”.
Los estudios realizados en la actualidad también muestran que los nacimientos en casa y los nacimientos acompañados por parteras en centros de salud tienen un índice de mortalidad materna inferior. Un estudio reciente en British Columbia encontró que las cifras de mortalidad materna por cada 1000 partos en los partos en casa era de 0.35, versus 0.57 para los partos hospitalarios atendidos por parteras-enfermeras y 0.64 para los partos hospitalarios atendidos por médicos obstetras. Así mismo las mujeres que tienen un parto en casa (planificado) tenían significativamente menos probabilidades que las que planificaron un parto hospitalario asistido por partera de someterse a intervenciones obstétricas (como la monitorización fetal electrónica, o un parto vaginal asistido) o de presentar resultados adversos (como un desgarro perineal de tercer o cuarto grado, o una hemorragia posparto).
Así entonces, la invisibilización del conocimiento de las parteras, su categorización dentro del conocimiento “no científico” tiene implicaciones reales sobre el cuerpo de las mujeres, muchas veces en su detrimento. El paradigma médico tiene muchas implicaciones, entre las cuales está que el conocimiento femenino es inferior, periférico, asimilable a la brujería. Nuestro miedo de la partería, como nuestro rechazo de conocimientos y experiencias que consideramos marginales, es en gran parte el resultado de la colonización de la ciencia. La ciencia, (entendida como el conocimiento desarrollado según cánones europeos, la ciencia del hombre blanco) es vista como universal, y el conocimiento de cualquier sujeto de la periferia es visto como superstición. En palabras de Paola Villafuerte “La ciencia se utilizó para establecer una jerarquía definitiva en función del poder europeo, donde el pensamiento hegemónico se posicionó como verdad absoluta e indiscutible y terminó por monopolizar el conocimiento.”
Es infinito e inconmensurable lo que perdemos cuando desechamos todo conocimiento no hegemónico. Y esto, desafortunadamente, es lo que ha hecho la medicina con el conocimiento femenino.