Paro nacional…¿Indefinido?

«Uno puede darse el lujo de no creer en Dios, pero no puede permitirse despreciar la historia: Colombia está construida sobre un cementerio de mujeres, de indígenas, de negros, de pobres, de segregados, de subyugados, de reclutados, de masacrados, de desaparecidos, y este que estamos viviendo es el capítulo del drama del país en el que sus élites no pueden seguir apelando y postergando –ni a sangre y fuego, ni con cambios para que todo siga igual– la solución de tratar como iguales a los millones y millones de herederos de los ninguneados. Puede que por estos días Cali sea el compendio de todo lo que se ha hecho acá para coartar la democracia, y se estén viendo en las calles el clasismo y el racismo y el traquetismo y el negacionismo, pero lo cierto es que en toda esta república la estratificación social no ha sido una descripción de la desigualdad, sino un modo de preservarla»

-Ricardo Silva Romero

Al momento de escribir esto llevamos 21 días de paro nacional, entre manifestaciones, bloqueos, protestas, debates, representaciones artísticas y represión. En estos 21 días se han registrado, según la ONG Temblores e Indepaz, al menos 47 homicidios (39 como resultado de violencia policial), 963 detenciones arbitrarias, 12 casos de violencia sexual, 548 desapariciones y 1876 hechos violentos. La situación es sin precedentes, no por la magnitud de la violencia (al cabo que la violencia ha sido el cimiento de nuestra historia nacional) sino porque nunca antes en la historia reciente de Colombia se había vivido una movilización social y una convergencia de luchas tan multitudinaria y heterogénea y porque nunca antes el ejecutivo había usado el monopolio de la violencia (es decir su singular autoridad sobre la fuerza dentro del territorio) contra su propia población civil de manera tan frontal.  

¿Por qué llegamos a esta situación? ¿Para dónde vamos? ¿De qué hablamos cuando hablamos de un paro indefinido?

Empecemos con un poco de contexto. En el lapso de dos años Colombia ha sido testigo de dos manifestaciones multitudinarias. La primera, en noviembre de 2019 y la segunda que empezó el 28 de abril del 2021. Nos equivocamos si pensamos que se trata de dos eventos distintos. En realidad, si el paro de 2019 empezó a silenciarse a medida que se acercaba la navidad, para salir del espacio público casi por completo debido a la crisis sanitaria por COVID 19, las reivindicaciones de 2019 no sólo son las mismas que las del paro actual, sino que la urgencia de las demandas de los manifestantes no han hecho sino intensificarse con la crisis económica y social actual. 

Por eso, aunque los medios nacionales e internacionales han identificado la reforma tributaria propuesta por el gobierno del presidente Ivan Duque como el catalizador de las protestas que iniciaron en abril (sin duda la gota que rebosó la copa para miles de ciudadanos), lo cierto es que el paro actual es una protesta contra mucho más que una ley o un gobierno. Es una protesta contra un sistema económico y político que beneficia desproporcionadamente a un grupo en detrimento del resto de la población. Es la explosión de un malestar social que ha estado presente y creciendo desde hace décadas y que por primera vez toma la forma de miles de cuerpos en la calle.

¿Cuál es el malestar? 

Como dije antes, el malestar que ha llevado a las protestas actuales no es nuevo. Es el mismo malestar que hace medio siglo llevó a un grupo de personas a tomar las armas y constituir guerrillas. Es el entendimiento de que en Colombia el poder, la política, la tierra, la información y la riqueza le pertenecen a unos pocos y que las políticas de Estado se conciben y se sancionan con los intereses de esta elite

Malestar porque, a pesar de que nos criaron con el mito de la igualdad de oportunidades y de la multiculturalidad, desde las las altas esferas del poder se pronuncian frases como «el pobre es pobre porque quiere», «Los índios no son la autoridad. Lárguense de nuestro territorio”, «no estarían recogiendo café» o «trabajen, vagos». 

Malestar porque la violencia que ha hecho derramar ríos de sangre en este país ha beneficiado a nuestros caudillos, y por eso mismo la han querido perpetuar a costas de miles jóvenes matándose y muriendo por ellos.

Malestar porque mientras el porcentaje ínfimo del país que disfruta de sus apartamentos en la ciudad y de sus fincas en tierra caliente, de sus carro blindados con sus conductores, de sus empleadas domésticas, de sus viajes a Miami para vacunarse contra el Covid, de su universidad privada que cuesta 21 salarios mínimos el semestre, de su seguridad privada y su seguro médico prepagado, de su club privado (en el que para entrar se necesita no ser negro y tampoco tan mestizo y ser aprobado por otra «gente de bien), es el mismo que legisla, juzga, gobierna y posee las tierras. Y mientras tanto casi la mitad del país (42% según las últimas cifras) vive en la pobreza, y los niños y niñas en Colombia tienen que esperar 11 generaciones (330 años) para salir de la pobreza.

Malestar porque, a pesar de que nuestro sistema de salud tiene como principio fundamental la universalidad, todavía hay personas muriendo a la entrada de hospitales, y mujeres que tienen que escoger entre comer un día o pagar por un anticonceptivo. 

Malestar porque en un país agrícola con una cantidad casi inconmensurable de tierras explotables los campesinos mueren de hambre, se les arroza glifosato desde aviones, se adopta una ley semilla que aniquila la soberania y autonomia alimentaria, y se promueve un modelo de explotación agrícola y agropecuaria que impulsan el cambio climático y la degradación de la tierra.

Malestar porque al menos 6402 civiles fueron asesinados bajo una política de Estado por el Ejército Nacional de Colombia y hechas pasar por guerrilleros y no hay un solo alto responsable pagando por este delito. Malestar porque en Colombia la policía está militarizada y le dispara sin miedo a los ciudadanos que juró proteger. 

Malestar porque en Colombia el patriarcado implica que nos matan, nos violan, nos desaparecen, nos golpean, nos mutilan y nos agreden bajo la indiferencia e impunidad casi absoluta del Estado.

Malestar porque, como dice Ricardo Silva Romero «Colombia es, según la ONU, el lugar más peligroso de América Latina para los defensores de los derechos humanos. Es, según Global Witness, el sitio de la Tierra en el que más matan a los líderes ambientales. Es, según el Dane, aquella sociedad maltrecha por la peste en la que 1’700.000 familias ya no comen tres veces al día. Es, según diferentes índices mundiales, uno de los países más machistas y más desiguales y más violentos para los trabajadores: 3.240 sindicalistas fueron asesinados de 1973 a 2018. Pero su clase dirigente provocadora y de pocas ideas, que desde la Ley 50 de 1990 ha estado derogando conquistas laborales y arruinando pactos sociales, sigue sorprendiéndose por los estallidos y exigiendo que no se haga política con nada: con la reforma, con la guerra, con la paz, con la salud, con el hambre, con la política, con nada.»

Esto, y un sin fin de malestares más contra un sistema económico neoliberal que ha servido para perpetuar la desigualdad y otros sistemas de opresión. 

¿Por qué aquí y ahora? 

Dije antes que este malestar lleva décadas (o hasta siglos). ?¿Por qué entonces estas explosiones de inconformidad que parecen tan repentinas? 

Y pues si, el malestar siempre ha estado en este país manejado por y para las elites. Pero en la historia reciente de Colombia, la cotidianidad estaba mediada por un cotidiano que parecía mucho más urgente, el del conflicto armado. No fue sino hasta después de los acuerdos de paz que mi generación, que creció en los años 2000 en un país destrozado por la guerra, pudo proyectarse como una generación de paz. Y fue ahí mismo que pudimos darnos cuenta de todos los otros problemas más allá de la guerra que nos impedían construir un país mejor, empezando por la desigualdad, la pobreza, el clasismo, el racismo, la corrupción y la falta de oportunidades, por mencionar algunas. Las protestas son el grito de un pueblo que, al despertarse de décadas de una guerra civil, exige un cambio al estatus quo. 

¿Qué tienen de particular estas protestas? 

La convergencia de luchas, es decir el acto militante de unir bajo un solo movimiento social una multiplicidad de reivindicaciones y luchas sociales. La convergencia de luchas, teorizado en Francia, es una acción activista profundamente feminista, pues entiende que la opresión de un grupo de la población depende de a la vez propicia la opresión de otros grupos. 

La razón por la que las protestas no cesaron cuando el gobierno nacional retiró la reforma tributaria y el entonces Ministro de Haciendo presentó su renuncia es porque todos los manifestantes tenían todavía razones de protestar y entendieron la fuerza de promover su causa de la mano de otras protestas.

La convergencia de luchas presentes en el paro es a su vez su fortaleza y su debilidad. Su fortaleza, pues estas protestas buscan un cambio de sistema y no solo pañitos de agua tibia para remediar algunos de los síntomas de la desigualdad y la opresión. Su debilidad, porque esto implica que es muy difícil identificar una vocería clara dentro de las protestas que permita delimitar un horizonte claro de hacia dónde se quiere llegar. 

¿Cuál es la importancia del feminismo en la protesta? 

Colombia es un país profundamente desigual, violento y patriarcal, las mujeres sufren de forma desproporcionada las consecuencias de esta violencia. De ahí la importancia de incluir un enfoque de género en el paro nacional.

Desde el feminismo colombiano se han propuesto muchas soluciones a la crisis, como aquellas incluidas en el documento firmado por decenas de organizaciones y activistas (y que puede consulta aquí) que incluyen: 

  • Reforma de la seguridad con un enfoque de seguridad humana que garantice una vida digna y libre de miedo.
  • Plan de urgencia para enfrentar el empobrecimiento con énfasis en las poblaciones más afectadas, incluyendo a las mujeres que han debido asumir la carga del trabajo no remunerado y enfrentar índices alarmantes de violencia de género. 
  • Adopción de una renta básica universal y de reformas que permitan una remuneración justa del trabajo.
  • Puesta en marcha de un Sistema Nacional del Cuidado para que el cuidado sea un derecho y se restructure la división sexual del trabajo. 

Las propuestas feministas, basadas en los principios de redistribución, reconocimiento, representación e igualdad, nos dan una pista de las proposiciones que pueden guiar un futuro diálogo nacional.

¡Viva el Paro Nacional!

Estoy profundamente conmovida con esta primavera colombiana que no se ha dejado amedrentar ni por la fuerza asesina de la policía, ni por la militarización de la ciudad, ni por la presencia de «gente de bien» armada y disparando contra la minga indígena, ni por el peligrosisimo discurso de la revolución molecular disipada. Este Paro Nacional es la evidencia indiscutible de que las cosas en Colombia pueden y deben cambiar. Y es muy difícil imaginarse un cambio de sistema lo suficientemente radical para que la vida en Colombia sea justa y digna para todos. Por eso hablamos de un paro nacional indefinido. Lo que sucederá en el futuro depende de nuestra capacidad de coordinarnos por el país que soñamos. 

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