La senadora Victoria Sandino radicó en agosto un proyecto de ley buscando adoptar la licencia menstrual en Colombia. La medida está dirigida a estudiantes mujeres, niñas y personas menstruantes de todas las instituciones educativas del país, quienes podrán tomar un día de licencia al mes debido a las dolencias y malestares generadas por la menstruación. La propuesta legislativa también crea la Comisión de Informe Técnico sobre la Licencia Menstrual Ampliada y Progresiva, para que en los próximos dos años estudie la viabilidad de extender la licencia menstrual al ámbito laboral.
La propuesta de la senadora Sandino no es nueva. Países como Japón, Corea del Sur, Indonesia, Taiwán y Argentina, al igual que empresas como Nike y Zomato y hasta organismos públicos como el Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de México, han adoptado licencias menstruales. Sin embargo, su creación no ha sido siempre bienvenida donde ha sido implementada.
Esta columna busca discutir algunos beneficios, riesgos y desafíos de las licencias menstruales, tanto en ámbitos educativos como laborales. Para hacerlo, sin embargo, comienzo por lo feo, que luego controvierto con réplicas a favor en una suerte de dialéctica invertida. La razón de esta metodología es que empiezo escribiendo desde el escepticismo. De empezar por lo bueno correría el riesgo de estar creando un hombre de paja solo para luego destruirlo con mis opiniones preformadas. De manera que prefiero comenzar por admitir mis propios sesgos y ponerlos a prueba conforme escribo.
El argumento en contra más común es, curiosamente, el más débil: que la licencia menstrual implica un trato diferenciado a las mujeres, y por ende, es una forma de discriminación pero a la inversa. Ya he escrito en este blog que la discriminación inversa me parece una falacia y sobra repetir esos argumentos acá.
Hay al menos tres argumentos persuasivos en contra de la licencia menstrual: 1) refuerza estigmas; 2) incrementa el costo de contratar mujeres y personas menstruantes; y 3) distrae de problemas estructurales.
¿La licencia menstrual refuerza estigmas?
Si bien en principio la licencia menstrual está pensada como herramienta para normalizar la menstruación en nuestros imaginarios culturales y combatir los estigmas sobre ella, lo cierto es que el efecto bien puede ser el contrario.
La menstruación y los dolores asociados a ella han sido utilizados por siglos como supuesta prueba de que las mujeres somos biológicamente más débiles o inestables, y por ende, menos aptas para ciertos trabajos que los hombres. En muchas regiones de Colombia y el mundo, los tabúes alrededor de la menstruación se convierten en las más variadas y ridículas barreras para las mujeres: desde no poder ir al colegio hasta no poder bañarse, nadar, ver a nadie, tocar alimentos o cocinar. Una medida como la licencia menstrual puede leerse como una confirmación de que, en efecto, la menstruación afecta a las mujeres de la forma que sugieren los mitos. En particular, sugiere también que todas las personas que menstrúan necesitan un descanso, como si a todas nos afectara la menstruación por igual. De allí que se pueda afirmar que “las mujeres”, así sin más, “suelen ser más débiles”.
Ahora bien, el propósito pedagógico de las licencias menstruales, aparte de normalizar la regla y mostrar que no hay nada de sucio en ella, también es familiarizar a la sociedad con la variedad de las experiencias de quienes menstrúan. El que algunas la usen y otras no permite enseñar que la regla se siente distinta en cuerpos distintos.
Poner una medida como esta a disposición de las mujeres y personas menstruantes que sí padecen dolores intensos que impiden trabajar o estudiar con normalidad no sugiere que a todas nos incapacita la regla. Nadie (o al menos nadie razonable) pensaría que porque existe la licencia de maternidad todas las mujeres vamos a necesitarla (el estereotipo de que ser mujer es sinónimo de maternidad, en todo caso, no se debe a la licencia de maternidad). Hoy es claro que la medida está para quienes desean maternar.
Esta crítica de la licencia menstrual como medida que esencializa la experiencia de las mujeres se cae por su propio peso. No es posible quejarse de una medida que parece esencializar las experiencias de las mujeres, apelando a una narrativa igual de generalizante: que la regla no incapacita a ninguna mujer. La realidad es que a muchas mujeres y personas menstruantes la regla sí les impide estudiar o trabajar y eso no debería ser motivo de estigmatización. Esto me devuelve a uno de los reclamos básicos del feminismo: no queremos vivir en una sociedad que oprime aquello que construye para percibir como débil. En cambio, se trata de construir una sociedad en la que la diversidad no implique desventaja.
Además, nadie, ni los hombres ni las personas que no menstrúan, están exentas de sufrir afecciones de salud física o mental que les impida trabajar o estudiar, similar a lo que sucede con las mujeres que padecen trastornos de la salud menstrual. Así que si vamos a rechazar de plano la licencia menstrual, que sea para abrir un debate sobre licencias por enfermedad, con la que cualquier persona pueda faltar al trabajo si se siente física o mentalmente indispuesta.
En conclusión, el argumento de que la licencia menstrual refuerza estigmas tiende a acercarse mucho a los discursos de algunas mujeres que ven su emancipación en parecerse más al paradigma masculino tradicional: seres fuertes, supuestamente indestructibles, que no los tumba el dolor. Afortunadamente, yo hace rato dejé de querer ser la mujer maravilla.
¿La licencia menstrual incrementa el costo de contratar mujeres y personas menstruantes?
Este es quizás de los argumentos más fuertes. Pagarle un día de licencia a las mujeres al mes implica menor productividad y mayores costos para un empleador, y en consecuencia, les disuade de contratar a cualquier persona que menstrue o les facilita una excusa para pagarles menos. De hecho, en la Rusia comunista post primera guerra mundial, donde se adoptó la licencia menstrual por primera vez, la medida solo duró 5 años porque las mismas mujeres pidieron abolirla. Tras su adopción, los empleadores prefirieron contratar mano de obra masculina, más barata y más fiable.
Existen, sin embargo, empresas que alegan lo contrario. Cherie Hoeger, CEO y cofundadora de Saalt, opina que la fuerza laboral femenina jóven (a lo que yo añadiría clase media-alta y quizás urbana) de hoy está menos dispuesta a aceptar trabajos que sacrifiquen su calidad de vida. Por eso, adoptar licencias menstruales es una buena forma de atraer y retener talento jóven. En Empirikal, una agencia de marketing digital basada en Malasia, luego de crear la licencia menstrual para sus trabajadoras, las aplicaciones de mujeres aumentaron considerablemente. Saiful Amir Omar, de Empirikal, añade además que ofrecer licencias menstruales aumenta la productividad pues mantiene a las trabajadoras a gusto en el trabajo, reduciendo así la rotación de personal.
Determinar cuál será el efecto real de la licencia menstrual en Colombia requiere evidencia y estudio juicioso, que podemos esperar sea el que haga el Comité de Informe Técnico sobre la Licencia Menstrual Ampliada y Progresiva. Sin embargo, aunque no hemos experimentado con la licencia menstrual, no es secreto para nadie que las mujeres sí se enfrentan a mucha discriminación en el trabajo por quedar embarazadas o por planear hacerlo, a pesar de todas las protecciones legales que existen. No sorprendería que algo similar sucediera con mujeres o personas menstruantes que decidan faltar al trabajo cuando tienen la menstruación. Este resultado sería particularmente grave después de una pandemia que aumentó el desempleo y la pobreza de las mujeres.
Aún si se implementara, los riesgos de discriminación laboral o desventaja frente a otros colegas disuadirían a muchas mujeres de tomar sus días de licencia menstrual. De hecho, en Japón, país que incorporó la licencia menstrual a su legislación desde 1947, el número de mujeres que la toman se ha reducido considerablemente, hasta el punto de que hoy en día se usa de forma excepcional. Asimismo, para expertas como Emily Martin, del National Women’s Law Center en Estados Unidos, la ausencia de las mujeres por cuenta de la menstruación también puede causar su exclusión de instancias de poder y toma de decisiones. Por otro lado, en estructuras empresariales que remuneran en función de métricas de horas trabajadas y asistencia, las mujeres tienen pocos incentivos para quedarse en casa. Esta fue la conclusión de un estudio que observó la aplicación de la licencia menstrual en una minera en Indonesia. Estos son solo algunos ejemplos de los múltiples retos que tiene implementar una licencia menstrual que realmente le sirva a las mujeres.
Aunado a sus impactos en la contratación y sus retos de aplicación práctica, las limitaciones de la medida también estarán en su alcance. En Colombia, la informalidad laboral alcanza una tasa de alrededor del 47%, un mercado en el que hay mayor proporción de mujeres que de hombres. Así, la licencia menstrual difícilmente beneficiaría a una larga porción de mujeres trabajadoras, particularmente aquellas en una situación de mayor precariedad laboral y vulnerabilidad socioeconómica, como puede ser el caso de las trabajadoras domésticas.
En suma, es cruel descartar una medida que puede beneficiar a muchas mujeres porque dicho beneficio trae consigo la amenaza de quedarse sin trabajo. Sin embargo, si en la práctica la licencia menstrual puede hacer más daño que el que hace no tenerla, particularmente cuando lo que se arriesga es la estabilidad laboral de las mujeres, ya precarizadas por el desempleo, la informalidad y la pobreza, el escepticismo frente a la medida es justificado. A todo esto se suman importantes desafíos de implementación, alcance y efectividad que no deben tomarse a la ligera.
¿La licencia menstrual distrae de problemas estructurales?
Para la investigadora británica Sally King, las licencias menstruales fracasan porque ponen el foco sobre el problema equivocado. A menudo, lo que hace insufrible el periodo para muchas mujeres no es su propio cuerpo sino su entorno: condiciones laborales precarias, infraestructura de higiene inadecuada, falta de acceso a productos y servicios de salud menstrual, carencia de licencias por enfermedad, entre otros. En suma, para King, la licencia menstrual es un alivio temporal y no una solución final real para las condiciones indignas de vida y de trabajo en el que muchas mujeres viven. En ese orden de ideas, la medida puede terminar siendo naturalizar e invisibilizar un problema estructural de desigualdad.
En este sentido la fundamentación del proyecto de ley de la senadora Sandino es reveladora. Basado en un estudio de Unicef del 2015, la motivación del proyecto de ley parte de reconocer las dificultades que experimentan las mujeres y niñas en el Pacífico colombiano al iniciar la menstruación: “insuficiente acceso a material de higiene menstrual; falta de instalaciones de agua, saneamiento e higiene en las escuelas; y muchos otros factores […].” En esa misma línea, se cita un estudio de la Universidad Javeriana que confirma que la salud menstrual no es una prioridad en la agenda política nacional ni local, así como tampoco lo es de las instituciones educativas. Lo anterior es una barrera fundamental para que las niñas y adolescentes puedan experimentar la menstruación con tranquilidad y dignidad.
Con todo esto diría que mejorar la calidad de vida de mujeres, niñas y personas menstruantes durante la menstruación requiere de cambios legales, culturales y de infraestructura profundos, para los que la licencia menstrual es a todas luces insuficiente. Al abogar por ella es crucial no dejar de poner el acento en la desigualdad, la pobreza y otros problemas estructurales que afectan la vida de personas menstruantes desde distintos ángulos.
En últimas…
La licencia menstrual no es una receta mágica de la que podamos esperar, casi que de la noche a la mañana, una mejora significativa en la calidad de vida de muchas mujeres. Esto no quiere decir que sea completamente inútil y que no sea una fórmula digna de estudio, debate y construcción colectiva. En últimas, casi ninguna medida para combatir la discriminación contra las mujeres funciona por sí sola. Pero como en todo, el diablo está en los detalles. Una idea promisoria sin una implementación cuidadosa puede también detonar retrocesos graves.
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