“Qué vergüenza con Pablo, no sabía que eras su prima”

Por Amelia Rey  #InvitadaSietePolas

Me desperté desubicada, aplastada por el peso de su cuerpo encima del mío. Era una noche sofocante en el llano colombiano y caía un diluvio bíblico. No funcionaban las luces ni el ventilador. Cuando por fin entre en razón, sentí las gotas de su eyaculación caer sobre mi cuerpo y camiseta. El cuarto olía a sudor y a trago. Cuando vio que me movía se paró y corrió a su cuarto. Todavía veo su silueta contra la luz de los rayos que caían afuera. Me paré de la cama y me fui al baño en la oscuridad a limpiarme con papel higiénico. Guardé esa camiseta impregnada en su semen y su sudor por años, como una suerte de as en un mano de póker que nunca fui capaz de jugar.

Fui a buscar a mi mejor amigo, casi hermano, para contarle lo que había pasado—en parte porque era mayor que yo, en parte porque era hombre y en parte porque me daba miedo volver al cuarto y dormir sola.  Me dijo que estaban los papás de Juana; los dueños de la finca y que “no íbamos a armar un escándalo”. Busqué a Juana, mi entonces mejor amiga y anfitriona del paseo para contarle. Esa noche dormimos juntas a la luz de una vela.

Al día siguiente mientras que alistábamos las maletas para volver a Bogotá él se me acercó: “Qué vergüenza con Pablo, no sabía que eras su prima”. Le contesté con una mezcla de rabia y curiosidad “¿por qué con Pablo? ¿A él también lo trataste de violar?”. Me contestó con un monólogo nervioso y trabado: que «qué vergüenza», que «estaba borracho», que «había sentido una energía muy magnética en mi», que «lo disculpara», que «no sabía qué le había pasado». Me acordé que tenía una esposa que recién había parido una hija y sentí aún más rechazo de él y muchísima lastima por ese núcleo familiar.

Volví al frio Bogotano sintiéndome profundamente cansada y vacía. Al día siguiente Juana me dejó una caja de galletas con una tarjeta en la portería: “¡Espero que te sientas mejor!”. Me sentí peor, como en una especie de convalecencia, como si me estuviera recuperando de una enfermedad que ni sabía que tenía—como si hubiera tenido mala suerte, como si me hubiera contagiado del virus que estaba rondando por ahí.  

Le conté lo que él me había hecho a mi pareja. Le conté a Pablo, mi primo. Le conté a mi papá. Los tres asumieron una postura tribal: ellos hacían lo que yo quisiera con un entre líneas alusivo a que estaban listos a vengar la honra de nuestro clan reiterando mi sospecha que el respeto que recibo de otros hombres en gran medida es un tributo a ellos y no a mí.  

Empecé a recibir mensajes de él por WhatsApp—que por favor lo entendiera, que cuando hablábamos. Hicimos varias citas, pero nunca las cumplí. La idea de verlo me daba náuseas. Sentía y siento un gran pesar hacia él; No tanto porque me convence la idea que es un buen ser humano que cometió un error pero porque para mí era y sigue siendo más cómodo tenerle pesar que tenerle rabia. Al tenerle pesar le pude pedir que buscará ayuda, que fuera a un psiquiatra, que tratara de “mejorarse”. Tenerle rabia implica reconocer que me abusó y que soy su víctima.

Un par de años más tarde, me desperté con la noticia de Yuliana Samboní—una niña indígena, pobre, de 6 años que fue violada y asesinada por Rafael Uribe Noguera. Al oír sobre el prototipo de su victimario, me acorde de inmediato de él. Los dos “divinamente”, machitos Bogotanos criados en un sistema que los hizo intocables, que les hizo entender reiteradamente que reglas son para los mortales. Otra vez sentí ganas de vomitar. Le escribí a Juana. Él es mejor el amigo de su ahora esposo—tan poca relevancia le habían dado a lo que él me hizo esa noche que lo habían nombrado padrino de su matrimonio pocos meses después de lo ocurrido. Le pregunté si no le daba miedo que abusara a más mujeres, a las amigas de su hija, a la señora que trabaja en su casa limpiando y sirviéndole a él y a su familia. Me dijo que la estaba poniendo otra vez en una situación muy incómoda con sus esposo y su circulo de amigos. Que ellos no podían meterse más. Que esto era un problema entre dos adultos.

Me gusta contarles a personas que se vuelven cercanas lo que me pasó. Asocio mi silencio con la vergüenza y la vergüenza con la victimización. Nunca he soportado la idea de ser “pobrecita”.  La gran mayoría de hombres que oyen mi historia terminan reaccionando con algo así como “yo lo mato” revelando un código masculino que reta la postura de empatía y lástima que le concedí a él.

Algunos confiesan en algún momento haber trasgredido un límite en menor o mayor medida: salidas en falso, momentos “pasados”, pero ninguno confiesa conductas criminales como las de él. “Todas conocemos una amiga que ha sido abusada pero ninguno tiene un amigo abusador”. La rabia que manifiestan al oír mi historia revela una traición interna de género, de un miembro débil que violo un contrato social y cobro su derecho percibido sobre algo que quiso tener—su derecho a mi.

Con el paso de los años mi dolor pasó de ser individual a ser colectivo. Lo siento como una cicatriz compartida con la multitud de mujeres que han vivido sucesos similares o peores. Una cicatriz que se vuelve a abrir cada vez que leo noticias de mujeres violadas, empaladas, descuartizadas, traumatizada y pienso en él y siento complicidad en no haberlo denunciado públicamente, de no haber ido a la fiscalía a contar que fui víctima de violencia sexual así me doliera más el título que el suceso.

Este marzo me cuestiono cuál es mi rol y responsabilidad como feminista en un sistema saturado de marcos teóricos y normativos, de enfoques y cuotas en donde nos siguen violando y nos siguen matando. Lucho desde mi esquina por una sociedad donde no tenga que supeditar mi humanidad a través de mis roles de prima, hija o pareja de un hombre; una sociedad donde una mujer que no es de ninguno no sea de todos.

Amelia Rey

Marzo 8, 2022


Amelia Rey Bonilla es Bogotana/Caleña, una de cinco hijas y madre adoptiva de una perra sin raza ni edad. Tiene doble titulación en Salud Pública y Ciencias Políticas. Actualmente es candidata a Magister en Administración Pública en Harvard.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: