La COVID-19 nos ha afectado de maneras inimaginables, seguimos intentando determinar todos los efectos que esta pandemia tiene en la actualidad y las repercusiones que tendrá a mediano y largo plazo en la sociedad. Uno de ellos es el efecto que está teniendo en el sistema educativo. Según la UNESCO, se calcula que más del 89% de la población de estudiantes se encuentra estudiando desde casa, y alrededor de 743 millones son niñas.
Si algo ha evidenciado la pandemia, son las brechas de desigualdad tan marcadas que hay en el sistema educativo. Por mucho tiempo se pensó que el reto era dar acceso a la educación y hoy la educación depende 100% de tener un dispositivo y poder acceder a internet. Varios estudios han revelado los efectos directos que tiene el cierre de colegios en las niñas y los niños. Haré un pequeño recuento de algunos de ellos en diferentes lugares del mundo:
- Aprendizaje de forma efectiva en casa: Los estudiantes no podían estudiar de manera en efectiva en casa porque el sistema de aprendizaje virtual es ineficaz. Los padres no tienen el conocimiento para ayudar a los niños en las plataformas ni cómo supervisar completamente el aprendizaje de sus hijos. La mayoría de estudiantes no están acostumbrados a aprender de forma efectiva por sí solos, por lo tanto han tenido un impacto negativo en su aprendizaje. Además, el acceso a internet es limitado.
- Dificultad de los padres para enseñar: En el caso de varios hogares del Sur Global, los padres no saben leer ni escribir, por lo que es poco probable que puedan apoyar efectivamente en el aprendizaje de los niños.
- Pérdida de aprendizaje: Si se comparan exámenes de un mismo grado en el 2020 y en el 2019, las pérdidas de aprendizaje son significativas. Por ejemplo, se presentaron 0,19 desviaciones estándar menos en comparación con el año anterior en matemáticas.
- Rendimiento de los estudiantes: El no asistir a los colegios tiene una relación directa con el desarrollo de habilidades académicas de los estudiantes. No es posible estimar el atraso académico que tendrán los y las estudiantes al momento de regresar al colegio.
- Falta de recursos educativos en el hogar: En el Sur Global es común que los estudiantes no tengan los recursos educativos necesarios para su aprendizaje.
- Impacto diferencial en colegios privados y públicos: Los estudiantes de colegios privados dedican más horas al proceso de aprendizaje que los estudiantes de colegios públicos.
- Afectación en el desarrollo del cerebro: Los más pequeños ven afectado el desarrollo de su cerebro en una edad donde el aprendizaje es clave y es completamente sensible al entorno.
- No hay medición: No se tiene actualmente un sistema de medición y evaluación que permita determinar en qué nivel se encuentran las y los estudiantes en realidad.

Sin duda, estos son efectos que dejan en evidencia que las niñas y los niños presentarán un mayor rezago escolar y un mayor riesgo de deserción. En Colombia, después del anuncio del primer caso de COVID-19 alrededor de marzo de 2020, el gobierno tomó la decisión de cerrar tanto los colegios públicos como privados y dar paso a que los colegios implementaran modelos virtuales para que los estudiantes pudieran tomar las clases desde sus casas. Ya vamos a cumplir un año con las instituciones educativas cerradas.
Esta decisión también ha tenido un impacto directo en las mamás. No sólo hablamos de la triple jornada donde las mujeres se enfrenten a un trabajo laboral externo, a las labores domésticas y a las labores de cuidado en el hogar. En la mayoría de los hogares en Colombia, son las mamás las que se encargan de hacer el seguimiento y al acompañamiento al aprendizaje de sus hijos. Muchas se han visto en la obligación de renunciar a sus trabajos y otras han sido despedidas al trabajar en varios de los sectores más afectados por la pandemia. De acuerdo con el DANE, actualmente las mujeres tienen un desempleo de 10 puntos porcentuales por encima de los hombres. Una cifra altísima, considerando que ningún país en la región enfrenta tasas de desempleo femenino tan altas ni una brecha tan marcada entre hombres y mujeres.
En el contexto rural, la historia es diferente. Las mamás han tenido que seguir saliendo a trabajar a pesar de la pandemia porque de lo contrario no tendrían con qué comer en la casa. Esto las ha obligado a dejar a sus hijos solos en casa, aumentando aún más los riesgos para las niñas y los niños.
Desde Siete Polas hemos venido hablando del impacto diferenciado que ha tenido la pandemia en las mujeres y hoy vamos a profundizar un poco más sobre los efectos que el cierre de colegios pueda tener en las niñas. Por ejemplo, en varios países de África el colegio es un espacio seguro, sin él, el riesgo de explotación sexual de las niñas aumenta significativamente. Adicional, también está el riesgo del matrimonio como consecuencia de las culturas de la zona. En Guinea, las niñas sólo completaron 0.9 años de escolaridad en comparación con 2.7 años de los niños y en Liberia, las niñas empezaron a trabajar y se convirtieron en el principal sostén de las familias.
En el contexto colombiano, sabemos que la violencia contra las mujeres y las niñas ha aumentado. Para el 14 de enero, ya se habían presentado 16 feminicidios. En estos momentos es más complicado denunciar o conseguir apoyo o atención frente a este tipo de casos pues las líneas de atención a víctimas están colapsadas o muchas mujeres y niñas no tienen forma de reportarlo porque pasan todo el tiempo con su agresor.
El colegio en comunidades vulnerables es también un lugar seguro y sin riesgo. Sin duda, la falta de colegio se traduce en falta de protección y perdida del uso del tiempo libre en un contexto sano y protegido. Esto tiene consecuencias en los diferentes factores de riesgo de las comunidades, es decir, que es más probable que se ingrese a las drogas, al alcohol o a la delincuencia, aumentando así el índice de deserción. Los expertos afirman que después de un periodo prolongado de ausencia al colegio, es muy poco probable que el estudiante quiera regresar.
A esto tenemos que sumarle el aumento del embarazo adolescente como consecuencia de los casos de violencia sexual y la imposibilidad de acceder a los servicios de salud sexual y reproductiva. Algo similar sucedió en África cuando se enfrentaron a la pandemia del ébola, donde la experiencia indica que se aumentó en un 47% el embarazo adolescente en las niñas entre 15 y 18.
Otro factor importante, es el tiempo que le dedican las niñas a las labores del hogar. Probablemente esto no sea muy común en los estratos altos de Bogotá pero si no vamos a los estratos bajos, nos encontramos con que las niñas asumen una mayor carga. Hablamos con una psicóloga de un colegio público en Bogotá de un barrio vulnerable nos dijo: “Fue fácil percibir que sí hay una diferencia en cuanto al manejo y a las obligaciones que tiene una mujer durante el aislamiento por pandemia. En las familias aún se encuentra marcada las labores y los roles que se le delegan a la hija mujer y al hijo hombre, dentro de las cuales pudimos evidenciar que mientras los padres debían salir a buscar el sustento diario, quienes quedaban a cargo eran las hermanas fueran mayores o menores. Las niñas debían estar a cargo de las tareas de sus hermanos, de las conexiones de sus hermanos. Eran quienes acompañaban las clases. Adicional a eso, tenían que contribuir con cocinar y realizar los oficios de la casa. Sigue siendo muy marcado el delegar las labores del hogar a las niñas, por tanto, fue necesario intervenir muchas veces en estos hogares ya que las niñas se estaban viendo más cargabas de actividades no solamente escolares, sino que también tenían que dar cuenta de las actividades y los oficios de la casa mientras sus padres salían a buscar el sustento. La pandemia nos ha mostrado que nuestra sociedad en espacios y contexto más vulnerables continúa siendo una sociedad machista que tiene estigmatizados los roles del hogar y se ve muy marcado en nuestra población”.
Por su parte, una trabajadora social del mismo colegio nos dijo que: “El impacto psicosocial fue súper grande. De lo que pudimos ver, estuvo muy presente la separación de parejas. Hombres que se iban de la casa y dejaban a sus parejas y sus hijos. Se vio bastante la migración de familias a otros lugares del país para buscar sustento porque habían perdido sus trabajos».
Los testimonios nos permiten ver que son las niñas los principales apoyos y las que asumen el rol de cuidado frente a sus hermanos y el hogar cuando sus papás no se encuentran en casa por estar trabajando. Sí, estamos hablando de niñas entre los 8 y los 18 años que asumen esta responsabilidad.
Por el otro lado, debemos entender que la propuesta de virtualidad que estamos utilizando desde marzo 2020, puede llegar a funcionar en el contexto urbano, pero si revisamos la ruralidad, la historia es completamente diferente. El riesgo para las y los niños de estas zonas es mayor, dada la vulnerabilidad permanente de su entorno. Muchos de estos lugares no cuentan con los servicios básicos. No hay alcantarillado, no hay luz y mucho menos puestos médicos cercanos. Encontrar colegios cercanos es una odisea.
La mayoría de las niñas y niños no cuentan con dispositivos tecnológicos, no tienen acceso a internet y no cuentan con apoyo específico para estudiar. En las zonas rurales del país hablar de virtualidad es impensable por estos días. La brecha digital de la que tanto se ha hablado en los últimos años, se hace más evidente que nunca.
Cuando trabajé en educación y tecnología, conocí de primera mano el esfuerzo que se hace desde el Ministerio de Educación y el Ministerio de las TICs por reducir esta brecha. Conocí el trabajo que hace Computadores para Educar para llevar computadores y tablets a todas las regiones del país con la intención de conectar. Sin embargo, este esfuerzo no es suficiente. Necesitamos mayor compromiso, aumentar el presupuesto, una mejor administración de recursos y la intención real de los gobernantes locales para que la reducción de la brecha digital en Colombia sea una realidad. Además, del trabajo mancomunado del sector público y el privado.
La pandemia y las decisiones tomadas por el gobierno, nos llevan a encontrarnos con absurdos como el que denunció María Alejandra Vélez en su cuenta en Twitter hace unos días: “Los niños de la vereda no están en el salón de clase pero todo el día interactúan entre sí. En algunos casos, incluso la maestra vive en la misma vereda pero no tiene permiso para dar clases. En cambio, les entregan unas guías que recogen cada 15 días o 1 mes”.
Es evidente que nos encontramos con un gobierno que, seguramente tiene las mejores intenciones pero que ha ignorado por completo el enfoque diferenciado que deberían tener los planes de contingencia para la zona urbana y para la zona rural. El impacto de cerrar los colegios no es el mismo, así como sus efectos tampoco lo son. Tener los colegios cerrados no solamente implica una afectación significativa en el desarrollo de los niños y niñas, los colegios cerrados en las zonas rurales implican seguir aumentando las brechas. No podemos seguir pensando que la virtualidad y la alternancia son una solución para todo el territorio nacional porque no es así.
Según el Banco Mundial, esta generación que debería haber estado en los colegios durante el 2020, podría perder al menos 10 billones de dólares en ingresos futuros no percibidos, a menos que se empiecen a tomar medidas. Lo anterior está relacionado con la pérdida de aprendizaje, que tendrá efectos en la productividad futura. Así mismo, estiman que 72 millones más de niños en edad de primaria tendrán un aprendizaje deficiente.
La pregunta que me surge a continuación es: ¿en qué prioridad tiene el gobierno el tema de la educación? No puede ser que se hayan abierto restaurantes antes que colegios. Tampoco puede ser que varios de los colegios privados del país se encuentren desde el año pasado en esquema semi presencial, mientras los colegios públicos siguen cerrados. Lo único que estamos haciendo es aumentar las brechas, abonar el terreno para la deserción y para los ambientes de riesgo de las niñas y los niños de las zonas más vulnerables del país.
Nuevamente toco el tema del contexto urbano y el rural. En Bogotá, por ejemplo, la Secretaría de Educación afirmó que: “este año vamos a tener que mezclar estrategias para que los niños tengan su espacio físico de educación. Por eso, seguimos trabajando en esa reapertura gradual, progresiva y segura. La presencialidad implica reparaciones. Ya tenemos 153 intervenciones en 109 sedes para priorizar la reapertura. Tenemos también unas reparaciones locativas en baños, cubiertas y mejoramientos en 110 sedes. Compramos implementos de bioseguridad para los maestros y los niños. Tenemos 1,1 millones de tapabocas comprados para entregar”. Y, ¿qué pasa con las instituciones públicas de las zonas rurales del país? ¿quién hará los pilotos con ellos? ¿de dónde saldrá el presupuesto para adecuar los lugares cuando muchos ni si quiera tienen luz?
Otro factor para tener en cuenta en esta discusión, son los profesores. Nelson Alarcón, presidente de FECODE, ha insistido en reiteradas ocasiones que, si el gobierno no ha tenido recursos para proveer jabón y papel higiénico en las instituciones educativas, de dónde iban a sacar los recursos para garantizar todas las medidas de bioseguridad necesarias para que los profesores pudieran regresar a los colegios sin preocupación.
Esta discusión también se está dando en Estados Unidos, donde los profesores están insistiendo en que se les debería considerar como trabajadores de primera línea, con el objetivo que puedan colocarles la vacuna lo antes posible y así puedan regresar a los colegios. Sin duda, el manejo que ha tenido esta pandemia nos ha permitido evidenciar cuáles son las prioridades que tenemos como sociedad.
Tenemos el reto de pensar cómo vamos a reabrir a los colegios en el país, cómo vamos a integrar un enfoque diferenciado para colegios en zonas rurales y urbanas, cómo vamos a garantizar la adecuación de las medidas de bioseguridad en los colegios públicos, cómo vamos a garantizar que tanto los profesores y los estudiantes puedan estar tranquilos dentro del aula. Necesitamos hacer de la educación y la salud física y mental, una prioridad.
Además, seguimos teniendo el reto como sociedad de luchar contra las desigualdades, la pandemia nos sigue mostrando que cuando la desigualdad en base al género se junta con la discriminación por otros factores como el contexto social o la capacidad adquisitiva, los efectos negativos son más profundos.
“Hay un consenso general de que la decisión de cerrar escuelas para controlar la pandemia del COVID-19 debe usarse como último recurso. Los impactos negativos a nivel físico, de salud mental y educativo que tienen los cierres en los niños, así como el impacto económico en la sociedad, pesan más que los beneficios” afirmó el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades.
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