“Sororidad”: ¿el tiro en el pie de las feministas?

por: SinturaConEse

La metáfora de pegarse un tiro en el pie me encanta y, quien me conoce personalmente, sabe que la uso casi a diario.  Es una forma de recordarme a mí misma y  a quienes me rodean que cuando tenemos armas poderosas también debemos usarlas cuidadosamente pues corremos el riesgo de herirnos a nosotros mismos.

 La masificación del feminismo es un arma poderosísima y no creo que en este blog haga falta describir de qué forma y hasta qué punto. En mi última publicación en este espacio hablé sobre el “Feminismo Pop”, sobre su importancia y alcance. Y, entonces, tras reconocer y verbalizar el enorme poder que tiene el feminismo que se mueve y masifica en redes sociales también fui consciente de la bomba atómica que podemos estar botándonos en nuestros feministas pies si no pensamos un poco mejor en cómo estamos transmitiendo esos contenidos y, sobre todo, cómo los estamos consumiendo y replicando.

A ver, para los detractores del feminismo pop que se están emocionando creyendo que me estoy echando para atrás, no se equivoquen que la cosa no va por ahí. Sigo encontrando sobrecogedora, útil e importante la capacidad de algunas feministas para desarrollar plataformas masivas desde las cuales compartir e impartir conocimientos, postulados y principios feministas que crean comunidad, motivan al cambio personal y colectivo, y consiguen posicionarse en lugares a los que otras estrategias no logran llegar.

Sin embargo, como ocurre con todos los contenidos hoy en día, dado su alcance global y masivo, es preciso que nos pensemos mejor qué está pasando una vez un postulado feminista sale al mundo (al virtual y al real que son uno y el mismo) y empieza a rodar de pantalla en pantalla y de mente en mente, usualmente diluyéndose hasta convertirse en una frase célebre o soundbite (mordisquito de sonido). Que eso ocurra es prácticamente inevitable. No hay que ser experto en comunicaciones digitales para entender que desde hace varias décadas todo el discurso mediático se difunde a través de contenidos breves, sonoros y atractivos, casi publicitarios.

Sin embargo, o tal vez precisamente por lo anterior, no deja de sorprenderme todos los días que un concepto tan complejo y disputado en el feminismo global como es la sororidad se haya convertido en la palabra consentida del movimiento feminista latinoamericano. Y no deja de resultarme incómodo que, al pasar de “story” en “story” de “muro” en “muro” y de “feed” en “feed” se esté diluyendo al punto de resultar irreconocible.

La sororidad diluida tiene dos peligros: el primero, que borra nuestra agencia, autonomía e individualidad como mujeres y, el segundo, su tendencia a homogeneizar a las mujeres en una masa amorfa y feliz y, por ello, inofensiva.

Veo con preocupación que las redes sociales suelen presentar la sororidad como un asunto de fidelidad y no-confrontación entre mujeres. Se percibe como un asunto personal, como un impedimento individual de no atacar a otra mujer, de no herirla. Y aunque visto así parece muy chevre y muy bonito en realidad una máxima de estas puede tornarse rápidamente sectaria y dogmática, dos cosas que el feminismo no se puede permitir ser.

El discurso de la sororidad surge, en parte, de buscar oponernos a esta idea de que las mujeres no somos capaces de colaborar o convivir entre nosotras, que vivimos en constante competencia y que, básicamente, somos unas arpías las unas con las otras. En un mundo en que nos han enseñado que la atención de los hombres es nuestro máximo premio y en que hay una sola silla en la mesa directiva para una sola mujer, esa situación de competencia desleal entre mujeres no es necesariamente desconocida o falsa. En muchos casos existe. Pero es mentira que sea parte de nuestra naturaleza femenina. Y, de cualquier forma, en todos los casos es el fruto de nuestra educación y socialización en un mundo machista. Por eso la sororidad nos resulta tan atractiva: porque nos devuelve a un estado de armonía y colaboración entre mujeres que muchas conocemos de sobra. Hasta ahí, solo puntos positivos para la sororidad.

Sin embargo, cuando empezamos a presentar la sororidad como un estado de profunda empatía y fidelidad indisputable entre todas mujeres empezamos a apuntarnos peligrosamente al pie. Por que allí es donde entra el feminismo como agente de policía que viene a dictarnos una esencia y un deber ser y deber devenir femenino. Me explico: aún en el feminismo – de hecho, todavía más desde la libertad que nos garantiza el feminismo– las mujeres podemos ser malas entre nosotras, odiarnos entre nosotras, caernos mal, fallarnos y dañarnos en el plano individual unas a otras. Lo contrario es devolver la categoría de lo femenino a ese estado de indefensión, infantilización y falta de agencia que nos impone el patriarcado.

La sororidad debe mantener siempre y principalmente su dimensión social y política. Es decir, el concepto y la práctica de “ser sororas” no se trata de ser unas bacanas todas con todas y comentarnos mutuamente en nuestras fotos de Instagram que tan bellas y tan maravillosas aunque no nos conozcamos. Y muchísimo menos se trata de entrar en un “performance” de que todas nos amamos, nos alabamos y nunca nos criticamos las unas a las otras. La sororidad no es “no criticar” o “ no juzgar” porque es que la capacidad de ser críticas y formarnos juicios sobre las personas que nos rodean es una forma de ser libres y ejercer nuestras facultades intelectuales y de discernimiento.

Eso sí, una conciencia feminista nos advierte contra el uso de las herramientas del patriarcado para formar y expresar esos juicios (no vamos a tildar a la otra de perra por lo que se pone, por ejemplo, o de zorra por las libertades que se permite tener), pero no nos impide la discrepancia básica que nos hace humanas. Y, sobre todo, nos exige que tanto las luchas sociales como los comportamientos cotidianos que asumimos busquen cambiar los términos en que se percibe y se trata a las mujeres, sin importar cómo percibo y juzgo yo a una o a otra desde mi individualidad.

Y con esto se evidencia el peligro de la sororidad como discurso homogeneizador. bell hooks explica que la sororidad del “feminismo blanco” se construye a partir de una supuesta lucha de toda las mujeres contra una opresión común que nos aqueja a todas. Y desmiente la existencia de esa opresión común. El concepto no es tan fácil de digerir pues en apariencia se opone a una de las verdades más básicas del feminismo: que hay una matriz de poder llamada patriarcado que pondera lo que es percibido como masculino y pone lo que es percibido como femenino en un segundo plano, en un plano complementario o inferior. hooks no niega que esa matriz de poder exista y mucho menos que se presenta de una forma tal que las que salimos peor libradas siempre somos las mujeres . Pero sí nos advierte que, aunque la lucha feminista sea una lucha contra el sexismo en general, no es que todas las mujeres compartamos una experiencia común y, por lo tanto, una opresión común. La forma en que el sexismo afecta a unas mujeres (por ejemplo, a mujeres educadas, que viven en una urbe, que no enfrentan racismo o pobreza) es muy distinta de la forma en que oprime a otras (por ejemplo, mujeres sin acceso a educación o información, que enfrentan racismo, pobreza, guerra, falta de acceso a servicios y derechos básicos). Sentir que estamos caminando todas juntas de la mano en el mismo plano nos permite borrar muy fácilmente estas verdades y diferencias incómodas pero indiscutibles.

La empatía en redes sociales es muy fácil. Y esa empatía se torna rápidamente en auto engaño. Porque es muy fácil sentirnos conectadas y en armonía en un espacio que fue diseñado precisamente para eso. Pero ocurren cosas muy graves cuando nos convencemos de que esa empatía virtual refleja una comprensión verdadera y profunda de la experiencia de otra, de las luchas de otra, de los reclamos de otra, de la vida de otra. Cuando nos sentimos satisfechas con esa sororidad virtual, nos estamos pegando un tiro en el pie. 

Para empezar en el feminismo no está mal que empecemos a envalentonarnos con esta idea de hacerle un frente común al sexismo. Pero sí hace falta darse cuenta que este no es un asunto de predicar de dientes para afuera –transmitir todo lo que como feminista he aprendido– sino que involucra un proceso mucho más profundo y complejo de dientes para adentro –pensar de qué forma esta conciencia sobre la opresión tiene que hacerme cuestionar mis privilegios y la forma en que estos se sostienen sobre la opresión de otras mujeres.

hooks nos pide que abracemos la imposibilidad de que todas estemos de acuerdo sobre las mismas consignas, reclamos e intereses y que, por el contrario, establezcamos lazos desde la diferencia. Es decir, que entendamos que no tenemos que luchar al mismo tiempo por las mismas cosas (que, de hecho, esta lucha involucra enfrentarnos entre nosotras mismas) sino que lo que sí podemos compartir es una actitud de constante revisión, un compromiso por escucharnos mutuamente y revisar nuestros discursos y posiciones cuando sea preciso hacerlo. La sororidad como no juicio, no crítica, como armonía y empatía absoluta nos impide hacer precisamente eso. No caigamos en la trampa.

El feminismo no es y no puede ser fácil y constantemente feliz y armonioso. Cuando nos lo presentan así nos están engañando, nos están distrayendo. No nos obnubilemos con la novedad de sentirnos unidas en una causa común cuando esa unión no está cambiando los términos de la conversación, cuando no está desmantelando de fondo y definitivamente las matrices y estructuras de poder que nos oprimen – a cada una y a todas.

2 comentarios sobre ““Sororidad”: ¿el tiro en el pie de las feministas?

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