No suelo repetirme las series de televisión que veo, pero la pandemia nos ha llevado a todos a replantearnos, de alguna manera u otra, aquello que hacemos o no hacemos. Yo he aprendido que soy capaz de repetirme una serie y de muchas otras cosas para nada admirables, tales como no bañarme ni quitarme mi pijama en tres días. La serie que me estoy volviendo a ver es Sex and the City o Sexo en la ciudad, una serie sobre la vida y la vida amorosa de cuatro fabulosas amigas neoyorkinas entre los 30 y 40 años. No es nada del otro mundo pero quizás por eso es que es repetible, porque lo que queremos en pandemia es precisamente este mundo tal y como era.
Ha pasado más de una década desde que vi la serie por primera vez, lo cual implica que esta es la primera vez que la veo con mis inevitables lentes feministas. Y es gracias a estos que descubro que no es muy feminista de mi parte andar predicando mi amor por Sexo en la ciudad, al menos no sin aclarar que es mi guilty pleasure, mi antojo patriarcal en la dieta que es el feminismo. Digo esto porque es una serie simultáneamente muy feminista y muy machista, y este hallazgo ha despertado mi obsesión de antropóloga por lo contradictorio y lo imposible y me ha llevado a reflexionar sobre el feminismo que retrata la serie (que me atrevería a decir es representativo de una época) y el feminismo en la actualidad.
Quizás sería más adecuado dejar que pase el tiempo antes de escribir sobre estos cambios tan recientes, para escribir sobre ellos en retrospectiva y no mientras terminan de suceder. Sin embargo, esta columna es la prueba de que no me aguanté para escribir sobre esto y he aquí mi argumento, el cual desarrollaré en los próximos párrafos: todo parece indicar que el feminismo ha dejado de ser, por así decirlo, fabuloso. Un movimiento cuya bandera solía ser aquella mujer empoderada y económicamente independiente se ha convertido en uno de mayor exigencia, austeridad y sacrificio. Sexo en la ciudad es el epitome de este fabuloso feminismo: difícil pensar en algo más empoderado que estas cuatro amigas, con sus fabulosos atuendos y accesorios (financiados por ellas mismas, algo así como un gesto de amor propio) y sus fabulosas carreras profesionales. Difícil no reconocer el feminismo implícito en sus conversaciones, en las que beben cosmopolitans como agua y en las que comparten las experiencias machistas que han tenido en sus últimas relaciones.
Y toda esta fabulosa energía femenina enmarcada en la década de los noventa, una época en la que la humanidad tenía, en términos generales, menos preocupaciones (no sabíamos que fumar era malo y el calentamiento global era una realidad pero no asechadora, era más bien la música de ambiente que pondrían en un coctel al que asistirían estas cuatro amigas y que todos ignorarían). Una época en la que el nuevo mileno estaba lleno de promesas y no de pequeños apocalipsis y retrocesos. Y habiendo hecho esta introducción, ahora presentaré dos motivos por los cuales el feminismo contemporáneo se aleja cada vez más de este fabuloso feminismo noventero.
El feminismo es mucho más que nuestras ganancias individuales
El feminismo de Sexo en la ciudad es individualista. Nuestras cuatro amigas son luchadoras y superan obstáculos para sobresalir y ser exitosas en sus campos, sin embargo, una vez esto sucede, la lucha se detiene. No hay conciencia colectiva, no hay conversaciones sobre las barreras de género sistémicas. El mensaje implícito es que cada mujer debe forjar su camino y que la meta es ese empoderamiento y esa prosperidad económica. En la actualidad, en cambio, debemos recordar todo el tiempo que el feminismo es colectivo. Claro, es un movimiento social y por lo tanto inherentemente colectivo, pero a lo que me refiero es que la lógica del fabuloso feminismo era que si cada mujer “la lograba” por su lado, a fin de cuentas tendríamos una ganancia colectiva. En el feminismo contemporáneo, en cambio, no dejamos nuestras ambiciones individuales de lado, pero estas sí deben aprender a coexistir con los proyectos colectivos. Ya no se trata de volvernos más aptas y más implacables para navegar las aguas del patriarcado, se trata de secar este río.
Incluso—y caigo en cuenta de esto mientras escribo—percibimos los comportamientos altamente individualistas como una característica del machismo o al menos del capitalismo. Pensar netamente en mi beneficio propio, incluso cuando la consecución de este atenta contra el bienestar colectivo. Los ejemplos sobran, pero uno que yo no he superado es aquel estudio de 2019 de la Universidad de Pensilvania que concluye que algunos hombres evitan comportamientos amigables con el medio ambiente por miedo a verse demasiado femeninos.
Y siguiendo con esta visión del individualismo y del beneficio propio como algo machista, comprendo que quizás lo aspiracional para las fabulosas feministas noventeras era ser como un hombre: ser tan exitosas profesionalmente como sus colegas hombres y casi que invertir el juego de poder en las relaciones amorosas, al ellas ser las menos enamoradas y comprometidas para así saltar de relación en relación, apáticas e indiferentes. Sí, esta era la promesa del fabuloso feminismo: alcanzar la tan anhelada equidad de género convirtiendo a las mujeres “biológicas” en hombres “sociales” (así lo afirma la literatura sobre género y organizaciones y lo reitera, de manera fantástica, un corto de Pixar estrenado en 2018, muy recomendado).
Hoy sabemos que la equidad de género no se trata de que las mujeres seamos como hombres. Esto es insostenible, es como seguir pensando que los países “en vía de desarrollo” realmente pueden alcanzar el mismo estado de desarrollo de aquellos países que están donde están a punta de procesos de colonización y explotación. ¿Qué progreso estamos haciendo si en esa búsqueda por la equidad las mujeres perpetuamos y exhibimos comportamientos tóxicos masculinos que nos perjudican a todos? Me atrevo a decir, incluso, que nos beneficia más a todos que los hombres se comporten como las mujeres. Que descubran que ellos también pueden manifestar esos comportamientos que se han atribuido de manera automática y reduccionista a nuestra biología, como lo son el cuidado y la empatía y la conciencia colectiva: “El matriarcado no se define por el predominio de las mujeres sobre los hombres sino por toda una concepción diferente de la vida que no se basa en la dominación y las jerarquías y que respeta el tejido relacional de la vida,” afirma el brillante antropólogo colombiano Arturo Escobar.
Todo esto tiene implicaciones con respecto a los modelos a seguir que crecemos: no es la primera vez que comparto esta anécdota, pero durante la adolescencia mis amigas y yo admirábamos a hombres como Dr. House, ejemplar por su apatía y por la omisión total de sus emociones, y andábamos con hombres bajo la premisa de que las mujeres eran inevitablemente incomprensibles y casi locas. Y volviendo a Sexo en la ciudad, recordar que nuestra propia prosperidad económica o la posibilidad de comprar cuantos zapatos y carteras queramos para caminar por las calles de Nueva York glamurosas y fabulosas no es el fin último del feminismo.
La interseccionalidad no es tan fabulosa
Además de ser individualista, el fabuloso feminismo viene encapsulado. Con esto quiero decir que hace unos años era suficiente ser feminista y ya y que no tenía por qué haber contacto o superposición alguna con otros movimientos sociales. Por eso no vemos a las cuatro amigas de Sexo en la ciudad preocupadas por las implicaciones ambientales y sociales del hiperconsumismo y de la industria de la moda. En cambio yo siento que en la actualidad existe una presión que nos dice a las feministas que no basta ser feminista. Que esa capacidad de cuestionar la normalidad la debemos aplicar más allá del feminismo y que debemos hablar con un mínimo de experticia sobre otras luchas sociales. Se trata, en últimas, de practicar un feminismo no encapsulado, sino interseccional.
Les cuento sobre mi experiencia como feminista en búsqueda de la interseccionalidad. El feminismo y mis amistades e influencias feministas me han llevado a acercarme a la causa ambiental, pues hay evidencia de que el cambio climático afecta más a las mujeres. Por eso es que recientemente empecé a hacer ecoladrillos con residuos plásticos, migré hacia ropa interior lavable para la menstruación y he leído sobre cómo hacer compost y sobre productos de aseo personal tales como desodorantes naturales y empacados ecológicamente. El veganismo me hace ojitos de a momentos (de hecho hay quienes consideran que ser vegano es “extensión esperada” o el “siguiente paso” al feminismo, no se pierdan esta columna de otra de las polas si les interesa el tema). No les cuento todo esto para sugerir que soy mejor feminista que ustedes, sino para confesarles que ha sido un proceso muy interesante pero también algo desgastante. Sin duda me ha traído nuevas angustias (ustedes bien saben que las feministas ya andamos bastante angustiadas to o el tiempo) y me he preguntado hasta qué punto puedo llegar. También me pregunto en qué momento ese fabuloso feminismo se convirtió en esta competencia por ser la feminista más interseccional y más informada. Por quién es la primera en participar en las campañas de las redes sociales (y de hacerlo bien, ¿no? Porque un segundo pensamos que lo correcto era publicar un cuadro negro en Instagram y al siguiente segundo hacer esto estaba totalmente mal visto).
¿Soy la única que se siente presionada y exhausta por la interseccionalidad, aquel concepto tan interesante en la teoría pero tan inalcanzable en la práctica? No es por nada que las feministas andamos recordándonos todo el tiempo que la feminista perfectamente coherente no existe. No es porque nos falten las ganas, es porque el imaginario del activista totalmente interseccional, conocedor y consciente de todas las causas, es imposible. En un mundo que es cada vez más subespecializado, ¿por qué los activistas debemos esforzarnos para abarcarlo todo? Y no digo que regresemos al feminismo encapsulado y unidimensional que les permitía a las cuatro amigas de Sexo en la ciudad ser, por un lado, muy feministas y por otro, perfectamente desentendidas de todo lo demás. Quizás vale la pena que pensemos en este tema de las subespecializaciones feministas. Yo no sería feminista y punto, yo sería feminista con énfasis en equidad laboral de género y todas tendríamos nuestros énfasis y se mitiga la expectativa de que debamos estar enteradas y conscientes de todo, todo el tiempo.
¿Y entonces, qué hacemos?
El propósito de esta reflexión no es pedirles que regresemos al fabuloso feminismo noventero. Ya no hay vuelta atrás, ya sabemos que fumar es malo y que el nuevo mileno no es tan espléndido como lo imaginamos. Si bien el feminismo contemporáneo nos exige más (y en este sentido se convierte, de a ratos, en un fastidio y no en una promesa de una vida fabulosa), hay que aceptar la evolución de nuestro movimiento y que nuestras ganancias no serán tan inmediatas como las ganancias individuales. El fabuloso feminismo es como aquella relación amorosa que pudo haber sido pero que nunca fue—y que las dos personas ya son demasiado diferentes como para internarlo. No vamos a perseguir esta relación, pero sí podemos recordarla de vez en cuando, con melancolía, así como también podemos encender la televisión para ver otro episodio de Sexo en la ciudad.
interesante pregunta, aquello de “por qué abarcarlo todo”. Me la he hecho en repetidas ocasiones y cada vez quedo más conforme con la siguiente respuesta: no puedes, ni debes abarcarlo todo.
Es muy tìpico de la mentalidad liberal (y patriarcal) eso de que una persona por sí sola puede conquistar el mundo. Se nos vende la idea de que el crecimiento individual es suficiente, pero es una mentira con oscuros fines. La verdad es que las grandes hazañas humanas han sido hechas siempre por un colectivo trabajando en cooperación, que es la visión del matriarcado. A saber, Alejandro Magno sin su ejercito no hubiese llegado a ninguna parte.
Y en esta visión de cooperacion humana, cada persona es diferente y esto es una fortaleza. Cada una tiene sus luchas, y partir desde la incomodidad personal (como sería comenzar por el feminismo siendo mujer o por el racismo siendo negro), es lo más obvio y esperable. Y por lo demás, es el ámbito en el que nuestro aporte a la causa global será más eficiente, pues nos toca la fibra.
Está bueno comprender el panorama global, entender el mundo con sus injusticias, sus causas y sus necesidades, y sobre esa base, hacer nuestro aporte en donde sea que se dé mejor.
La permacultura (un tema del que te recomiendo investigar también) reza en una de sus máximas más claras: “piensa global, actual local”.
Por cierto, gran blog, agradezco cada uno de los artículos.
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