Fea y feminista

por: SinturaConEse

En su libro Vivir una vida feminista, Sarah Ahmed dice que “vivir una vida feminista es hacer de todo un asunto cuestionable. La pregunta por cómo vivir una vida feminista es una pregunta de la vida y un cuestionamiento de la vida”. Suena bonito pero es la respuesta a una pregunta de lo más existencial que además nos enfrenta a la paradoja básica de todos los discursos radicales que se oponen a lo establecido (o sea al patriarcado): todo lo que nos dicte un “deber ser” solo está creando un nuevo establecimiento (un nuevo patriarcado que nos encierra en formas de lo que se supone que debemos pensar, decir o hacer –como feministas o como mujeres) pero, ¿cómo podemos predicar una filosofía(por muy radical y nueva) sin unos principios demarcados que nos distingan de todo lo que no es feminista?

Palabras más, palabras menos, todo esto tiene que ver con el dichoso feministómetro, ese monstruo que aparece cada vez que surgen preguntas como ¿puede una feminista disfrutar de tal o cual actividad? ¿Pueden ser feministas las personas que esto o aquello? Para ser feminista ¿hay que renunciar a X práctica, Y pensamiento o Z cantante/artista/ritmo musical? El feministómetro es un monstruo que amenaza con comerse a unas (y desaparecerlas del mapa por no feministas) mientras deja vivas a otras que, seamos sinceras, se terminan salvando de milagro porque en realidad nadie ha terminado de entender bajo qué reglas juega ese man. Pero a veces invocar al feministómetro de mil cabezas resulta inevitable, porque entendemos que tiene que haber, por lo menos, ciertas premisas básicas que nos permitan distinguir si estamos actuando de manera consecuente con nuestro feminismo o no.

Para resolver la paradoja, Ahmed nos propone una solución que parece simple pero no lo es: ser feminista es vivir una vida feminista y vivir una vida feminista es cuestionarlo todo, incluida nuestra vida feminista. Voilá: ser feminista no es una cuestión de identidad (soy feminista porque me identifico como tal) sino una práctica que, además, no es ni puede ser unívoca o estática (es decir, ni siquiera es “soy feminista porque me comporto de manera feminista” sino “soy feminista cuando cuestiono mi manera de comportarme, mi manera de ver el mundo, de relacionarme, usando las herramientas y los lentes que me presta el feminismo como filosofía o como discurso). Eso quiere decir, claro está, que también las prácticas feministas de otras pueden ser cuestionadas y cuestionables pero cuando el cuestionamiento se convierte en ataque personal (un ataque al sujeto y no a su idea o acción), sin duda alguna nos rajamos como feministas.

Cuestionarme mi vida y prácticas y creencias feministas es algo que procuro hacer pero que me cuesta mucho verbalizar. Lo intenté por primera vez en mi anterior columna en este blog en la que me preguntaba por la sororidad como premisa del feminismo. Sugerí que nos debe parecer sospechosa la sororidad cuando se nos presenta de manera prescriptiva y como aforismo. En últimas, me preguntaba por mi vida feminista en relación con otras vidas femeninas (algunas feministas y otras no). De ahí, hoy paso a la relación de mi vida feminista con el vehículo que la encarna: o sea mi carne, mi cuerpo.

Parte del movimiento feminista contemporáneo se ha enfocado en erradicar los estereotipos de belleza que, históricamente, han sido una de las cárceles y cadenas con que han controlado nuestras acciones, decisiones, comportamientos y sentimientos. Mujeres inseguras de sí mismas, concentradas en alcanzar modelos de belleza eternamente cambiantes y siempre inalcanzables, mujeres en la búsqueda constante de la aprobación de los otros y del amor de los hombres no son mujeres que fácilmente hagan conciencia de las opresiones a las que ellas y sus congéneres están sometidas. Eso está clarísimo. Y, por lo tanto, resulta más que evidente que queremos mujeres que se amen y se admiren a sí mismas.

Pero, ¿qué pasa cuando el amor propio se vuelve un dogma, una imposición, un aforismo feministométrico más? ¿Qué pasa cuando de repente se supone que debemos amar los cuerpos que llevamos toda la vida odiando, así, sin más, sin que antes cambien las condiciones que nos hicieron odiarlos en primer lugar?

El feminismo se opone a los estereotipos de belleza e, incluso y más importante aún, a la belleza como única y primera medida del valor de las mujeres. Pero los estereotipos siguen vivitos y coleando y, movimientos de raíz feminista como el ‘body positivity’ o los discursos sobre al amor propio y la auto–aceptación terminan por instrumentalizarse para construir nuevos ideales (un nuevo deber ser). Ya no se trata de cuerpos anoréxicos y pieles pálidas, ahora queremos músculos torneados y pieles humectadas. Ya no hay un solo tipo de cuerpo, pero digamos que, aún en la variedad, hay unas tendencias marcadas. Los cuerpos atléticos no dejan de tener el abdomen plano, las mujeres curvilíneas o plus size no dejan de tener cinturas pequeñas y cuerpos de reloj de arena, la celulitis, el acné –facial y corporal– el vello, la flacidez, los poros todavía brillan por su ausencia. Y entonces resulta que las mujeres (sobre todo las feministas) además de todo lo que ya nos toca, tenemos que ser capaces de escapar de todas esas influencias y amar cada centímetro de nuestro cuerpo tal y como es.

Y pues no. Ciegas no somos. A lo mejor me cae el mundo encima por decir esto, pero la estética, nuestra capacidad de distinguir lo que es bello de lo que no lo es, existe y actúa todo el tiempo para ayudarnos a discernir entre lo que nos gusta y lo que no. Y claro, esa apreciación estética está completamente atravesada por lo que nos muestran como bello y deseable. Y puede que el gusto cambie de una persona a otra, pero pretender que podemos llegar a apreciar todas las cosas que nos rodean como igualmente bellas es intentar tapar el sol con un dedo. Y si ante esta realidad nos empeñamos en profesar sin más profundidad que, sin importar los modelos de belleza, las mujeres debemos amarnos, entonces convertimos el amor propio en un performance.

Y ese performance es el que creo que debemos cuestionar. El amor propio como dogma, ese que nos muestran en cuentas de Instagram que insisten en que hay que aprender a amar cada centímetro de nuestro cuerpo (cada gordo, cada estría, cada desproporción), en publicaciones que nos hablan de superar todo lo que piensen los demás, ese amor propio se vuelve una carga. Porque te pide que seas una súper heroína y crees un campo de fuerza a tu alrededor que te blinde de todo lo que hay ahí fuera.

Yo no soy ese tipo de heroína ni esa especie mítica de feminista. Yo solo sé que por mucho tiempo odié mi cuerpo y su facilidad para acumular kilos de más. Y sé que ahora ni lo odio ni me trasnochan los kilos que van y vienen con la misma indiferencia con que yo los veo aparecer y desaparecer sin ton ni son. Y también sé que con todo el amor que me tengo soy incapaz de tomarme una foto en bikini y subirla a Instagram. Y sé que me he preguntado si eso quiere decir que en verdad no me amo a mí misma tanto como creo que me amo o no soy tan feminista como creo que soy. Y hoy me respondo que sí, que puedo amarme mucho y aún así sentir que mi cuerpo semidesnudo no pertenece en el mismo espacio junto a cuerpos que se ajustan mucho más a los estándares (antiguos o nuevos) sobre lo que es un cuerpo bello.

Además, si quiero ser completamente honesta, también debo cuestionarme hasta qué punto mi paz con mi cuerpo es un acto de deconstrucción y hasta dónde simplemente el resultado del privilegio de tener un cuerpo hegemónico. Porque, claro, no tengo un abdomen plano (ni cerca), ni unas nalgas redondas, ni piernas trabajadas, ni brazos torneados, ni 1.80 metros de altura. Pero mi talla 8 de pantalón no me pone ni cerca de tener un cuerpo que se aleje realmente de los estándares impuestos. ¿Puedo entonces hablar de una deconstrucción feminista frente a mi cuerpo? ¿Debo siquiera hablar de feminismo y el cuerpo en términos de fealdad y belleza o más me valdría ocuparme de otros asuntos?

Empecé esta columna proponiendo una actitud de cuestionamiento tal vez como una advertencia de que con todo esto no voy para ningún punto en particular. Es decir, no tengo una respuesta a la pregunta por cómo se debe articular mejor y vivir mejor la idea del amor propio como un principio feminista. Lo que sí tengo por ofrecer es una pregunta sobre qué pasa con lo que estamos haciendo hoy en día y en espacios como este o como nuestras redes sociales y hacia dónde vamos con ello. Este discurso del amor propio, sobre todo tal y como se presenta en redes sociales, me recuerda a Virginie Despentes con su Teoría King Kong en la que dice que escribe desde la fealdad y para las feas y mal folladas e infollables. Y a veces cuando veo que el amor propio se reduce a “aprender a amar el cuerpo que uno tiene por encima de los estándares de belleza” me pregunto si esta no es simplemente una forma de hacernos menos feas o más follables en lugar de realmente entrar a desarticular los paradigmas que nos dicen que no podemos ser feas (y por feas me refiero a imperfectas y conscientes de nuestras imperfecciones o incluso realmente feas y odiar nuestra fealdad porque qué otra opción tenemos en el mundo tal y como es ahora) y también exitosas, amadas, valiosas, capaces y, sobre todo, feministas.

4 comentarios sobre “Fea y feminista

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  1. Lo que dices del fenimistrometro me ha encantado y no se qué tan feminista suene lo que voy a decir (tal vez ni siquiera apruebe el test de feminista) pero creo que deberíamos replantearnos las cosas, me explico: si queremos la igualdad deberíamos superar el género, es decir dejar de ser «víctimas» oprimidas de un patriarcado y dejar de buscar que ese patriarcado nos reconozca. Dejemos de jugar con sus reglas y dejar de dividir en hombre/mujer mujer/hombre esas construcciones sociales de lo que se supone es el género se pueden superar y hablar de personas que engloban a muchas otras más que simples hombres y mujeres. Mi punto es que el feminismo aunque aboga por la igualdad también se presta a la segmentación. Quién es el guapo que define lo que es una mujer u hombre, lo que es una drag, una lesbiana, un gay, un trans? Quién es el que lo clasifica? Según lo que digo el feminismo sigue el juego de esa clasificación y eso es lo que desearíamos superar. Me considero feminista y según creo actuó como tal pero también creo que él discurso se nos está quedando corto con la amplitud que tenemos hoy día para construir una nueva perspectiva y eliminar esa forma parcial de vernos y que inevitablemente ente crea juegos de poder. Perdona lo largo del comentario pero me dejé llevar 😉

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