Las mujeres gobiernan mejor… ¿por ser mujeres?

Desde ayer rota en la prensa internacional una nota de Forbes cuyo título infla el pecho de cualquiera que se identifique como mujer: “Los países que mejor han manejado la pandemia están gobernados por mujeres”. Sin embargo, al terminar de leer la nota sentía que algo no me terminaba de calar. Por supuesto me sentía orgullosa de ser mujer y también sentí un fresquito por lo fastidiados que debían estar muchos machitos que creen que las mujeres no son buenas gobernando. Pero también quedé algo desconcertada de pensar que la nota estaba insinuando lo que a todas las feministas nos prende las alarmas: que las mujeres somos mejores en algo simplemente por ser mujeres. 

Según la nota de Forbes, la gestión de las presidentas y primeras ministras de Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Noruega y Finlandia, países donde hay escasas muertes por COVID-19 en relación con su población, tienen varias cosas en común. Lo primero es que actuaron a tiempo. Todas se saltaron la etapa de la negación y la etapa de ridiculización de la evidencia científica y pasaron de una vez a la adopción de medidas de aislamiento y a la realización masiva de pruebas. En Islandia, por ejemplo, se han hecho 5 veces el número de pruebas que el Corea del Sur, muchas de ellas gratis. Además, todas decidieron comunicar a tiempo la magnitud del problema y las medidas a tomar para enfrentarlo, buscando los canales más efectivos para que la información correcta llegara a toda la población. De hecho, más que hacerlo a tiempo, estas gobernantes decidieron comunicar de manera sensata y humana, diciéndole a su población que estaba bien sentir miedo y abriendo sus canales para responder preguntas permanentemente. Esto infundió confianza y tranquilidad en la gente, aumentó los niveles de acatamiento de las medidas y combatió de manera efectiva las noticias falsas que buscaban generar pánico.

Lo que, según yo, define el enfoque de la gestión exitosa de estas mujeres es simplemente poner el cuidado de la vida primero. Ante una amenaza que, según la evidencia, podría afectar algo tan sumamente sagrado como la vida de las personas, toda consideración sobre la economía tuvo que ceder. Antes que pensar en cómo salvar a las empresas y a los bancos, estas mujeres pusieron la plata primero en conseguir y realizar pruebas y adecuar sus hospitales y centros de salud. Antes que pensar en los réditos del turismo, estas líderes cerraron aeropuertos y cancelaron viajes internacionales pensando primero en contener la expansión del virus al interior de sus países. Antes que mantener su velo de diplomacia y frialdad con el que supuestamente debe ejercerse su cargo, estas mujeres se atrevieron a hablar de miedo, de desesperanza y de tristeza en televisión nacional y buscaron darle a su gente el confort que ninguna cifra, prueba o medida puede dar: una dosis de empatía y de cuidado emocional. 

Una gestión casi opuesta a la de personajes como Trump, Bolsonaro y López Obrador, que por estar usando la crisis para alimentar la xenofobia y el pánico, por estar protegiendo su débil masculinidad desacreditando la evidencia científica que los dejaba como unos payasos, o por estar pensando en que los negocios no pueden quebrarse, tienen las tasas de fatalidad por COVID-19 más altas de América Latina y, en el caso de Estados Unidos, del mundo. 

Estas experiencias nos dejan una lección clara: el cuidado debe ser un principio y valor fundamental de nuestras sociedades. De la misma forma como la libertad de expresión está en el corazón de la democracia, el cuidado de la vida –y de todas las formas de vida– debe estar en el centro de nuestra vida en sociedad, de la economía y de la política. Debe estar en el centro de las políticas de Estado, una institución que nos inventamos los humanos para garantizar nuestro bienestar. El cuidado debe dejar de ser visto como una habilidad o una práctica individual –además, exclusiva de las mujeres– para convertirse ser una ética y una práctica democrática en la que participemos todos y todas, una guía para la gestión pública y la justicia. Solo poniendo el cuidado de la vida de primero es que podremos salir no solo de esta pandemia, como nos muestran las jefes de Estado de Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Noruega y Finlandia, sino de todas las crisis que están por venir (en especial la crisis climática). 

Pero democratizar el cuidado pasa necesariamente por dejar de alimentar esas ideas falsas y perjudiciales de que las mujeres por ser mujeres cuidan mejor, que las mujeres por ser madres “tienen un instinto maternal que las hace mejores cuidadoras”, que a las mujeres las tareas de cuidado nos sale “con naturalidad” y otras nimiedades parecidas. Con estos argumentos biologicistas, esencialistas y universalistas hemos perpetuado un completo desbalance en las tareas de cuidado del hogar y de la familia, que tiene a las mujeres aún más sobrecargadas y estresadas durante el confinamiento. Según ONU Mujeres, las mujeres realizan al menos 2,5 veces más trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que los hombres. Según la más reciente Encuesta de Cultura Política del DANE, en la ruralidad colombiana el 57% de las mujeres se dedican a trabajos domésticos, frente a un 6% de hombres que desarrollan este trabajo. “Si esto es así en situaciones de normalidad, cabría preguntarse si serán ellas quienes asuman esta sobrecarga de trabajo doméstico de triples jornadas” durante el confinamiento, aseguran Nina Chaparro y María Ximena Dávila de Dejusticia.

encuesta cultura politica Dejus
Imagen tomada de @Dejusticia

No es cierto que las mujeres sepamos más de cuidado porque la naturaleza, la biología o la genética nos hizo así. Las mujeres cuidamos mejor porque llevamos siglos y siglos ocupándonos de las tareas de cuidado, desde limpiar la casa, alimentar a la familia, cuidar de los ancianos, cuidar de las familias de otros, cuidar de las familias de nuestras hijas y nietas, hasta ser las psicólogas de nuestros maridos, hermanos, tíos y primos. El cuidado es una práctica que hemos perfeccionado con los años y la hemos transmitido de generación en generación, creando las condiciones socioculturales perfectas para que nuestras hijas entiendan que eso les corresponde y para que lo sepan hacer muy bien. Es por eso, y no por tener vagina o cierta disposición genética, que Angela Merkel, Tsai Ing-wen, Jacinda Ardern, Katrín Jakobsdóttir, Sanna Marin y Erna Solberg pasarán a la historia como las mejores líderes del mundo, las que salvaron incontables vidas del coronavirus.

Entender y reconocer que estas habilidades de cuidado reposan en las mujeres debido a un proceso de socialización y no por la biología, y que en esa medida es algo que está en nuestras manos cambiar, es lo que permite imaginarnos un futuro donde el cuidado esté equitativamente distribuido en la sociedad y construir un camino hacia allá. Para quienes se preguntan por las lecciones que nos deja la pandemia y sobre qué hacer desde ya para construir una sociedad mejor cuando logremos pasar de esta, les tengo por lo menos dos cosas: no somos nada sin el cuidado que recibimos de las mujeres, gobernantes o no, y es hora de exigir una política pública integral de economía del cuidado que democratice y valore el trabajo de cuidado.

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